- ¿Hijos de perra? -
Con ello
entendí que la rutina le había endurecido lo
suficiente
para no advertir el motivo de mis lágrimas espontáneas de ese momento.
Había
llamado “hijos de perra” a estos 300 adolescentes sin darse cuenta.
Y me dolió
mucho. ¡Muchísimo!
No merecía
la pena, pero no pude callar el motivo de mis lágrimas:
“No lloro
por mi, señor; lloro por usted.
Creo que esa es la razón de su fracaso ante
estos jóvenes a los que ha ofendido y causado dolor en mi corazón, y esa es la
razón de mi éxito con ellos.
No se sienta
culpable, porque usted debe llamarles así con tanta frecuencia que ya no se da
ni cuenta.”
Me pidió
perdón.
Se rompió la tirantez.
Y yo
traté de convencerle de que “a palos” no se logra nada de los seres
humanos, y a veces tampoco de los
animales.
Lo que se necesita es un cambio de actitud y trato en las relaciones
universales entre todas las personas.
Los más obligados a este cambio son todos
los que ostentan cargos públicos, servidores del Estado; y en cualquier institución privada,
la es una exigencia básica debida a la dignidad de todo individuo y
colectividad.
Loa
resultados de la encuesta por escrito y por palabras, fueron clave para la
continuación del plan de aquel
“Encuentro con Jesucristo y con nosotros mismos”
(este resultó ser el título
que ellos quisieron dar a
nuestro retiro espiritual).
Sus
intervenciones y respuestas me sirvieron de pauta para decirles todo lo que
tenía previsto; pero muy adaptado a su sensibilidad juvenil y carcelaria.
¡El
éxito fue suyo; no mío!.
El esquema y
contenido de estos encuentros coincidían en lo esencial.
La
diferencia la marcaban los grupos, tan diversos, a los que iban dirigidos.
(continuará)
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