Hemos comentado con frecuencia
el sentido de nuestra vida en este mundo;
hemos oído muchas veces a personas
más o menos allegadas expresiones como estas:
- “tengo
ya cincuenta años y no encuentro el sentido de mi vida”
- “es
muy difícil encajar bien en esta sociedad, tan rara y egoísta”
- “tengo
trabajo y me siento muy querido entre los míos,
sin embargo me encuentro
perdido
en comprender por qué y para que hago lo que hago”
- “siento
desasosiego en mi vida personal, y esto me produce una inmensa pena”
- “se
pasan los años y no encuentro la manera de sentir satisfacción
ni manera de
sentirme feliz”
- “a
pesar de que lo intento, no alcanzo a estar alegre conmigo”
- “no
tengo paz interior, y me sorprendo pensando que soy un fracasado de la vida,
mientras todos los demás consiguen los objetivos que se proponen;,”
- “estoy
anclado en el perfeccionismo de mi profesión,
y creo que todo me sale mal,
o no
lo bien que me gustaría
- “no logro salir de mi rutina y soledad
personal en medio de tanta gente”
- “me
atormenta la idea de vivir equivocado”
- “a
veces lloro en mi intimidad con el aburrimiento de no saber qué hacer”
- “echo
de menos las palabras de personas experimentadas que me ayuden
a encontrar un
camino de salida, que me lleven a sitio seguro”
- “alguien,
algo y/o yo mismo hemos cometido errores y/o fallos garrafales”
- “
me pregunto ¿si yo ya estoy desahuciado de la vida y no tengo remedio
al tiempo
que mi vida se agota?”
Personalmente he vivido situaciones
humanas de clientes espirituales
que venían a pedir ayuda en momentos de
tristeza suma y desesperación al límite.
Un Sacerdote, guía de almas,
confesor de pecados, a veces gravísimos,
animador del espíritu y consuelo de
afligidos, no puede permitirse el lujo
ni la debilidad de encogerse de hombros ni mirar
para otro lado,
cuando están en juego la vida, la alegría y la salvación de los
demás.
Los sentimientos de un
hombre-Sacerdote de Jesucristo son tales
que abarcan desde el momento de sentir
en sí la vocación al Sacerdocio
hasta en el último momento de su vida terrenal;
este es un testimonio vital que me lleva a pensar que el don de dicha
vocación
viene impreso en los embriones primigenios del recién engendrado
futuro
Sacerdote; luego vendrá el desarrollo a lo largo de la vida;
ello se nota desde que el individuo
llamado a ser Sacerdote, se da cuenta
de que su vocación no es tanto un asunto
personal, en cuanto que no es él
el que ha elegido ese camino, sino que ha sido
marcado por un agente exterior a él,
y que él solo tiene que aceptar, o no, libremente, andar dicho camino.
Cuando uno es ya Sacerdote y es
conocedor de la misión a la que ha sido
llamado sabe, por ello mismo, que ese don
sublime del Sacerdocio,
le viene de afuera, lo que le llena de felicidad y
gratitud ante tanta grandeza;
al mismo tiempo nace de su interior una fuerza
infusa que le empuja a ser puente
entre las almas de su cercano semejante, de
la comunidad de la que forma parte,
familia, vecinos, pueblo, país o mundo, al
que está vinculado.
Existe una responsabilidad
personal que lleva al hombre Sacerdote
a la entrega total de su ser a la misión corredentora del mismo
Jesucristo
(hablamos desde el seno del Cristianismo Católico, sin negar las diferentes
característica de cualquier sacerdote en cualquier
expresión religiosa de las muchas
que existen en el mundo) con El nos sentimos vitalmente
identificados.
Razón sobrada para intentar
ofrecer con nuestra vida, primero,
y con nuestra palabra una luz, por diminuta
que esta sea,
sobre el alma de nuestros hermanos atormentados, maltratados por
la vida
y por la muerte, la enfermedad, el trabajo u otras contradicciones
existenciales.
No somos ni los más sabios ni los
más buenos; pero nuestro carácter sagrado
nos empuja a cumplir nuestro papel de
retransmisores y altavoces
de las Palabras y los Silencios del Gran Desconocido,
Padre Universal, que nos eligió para este fin.
Nuestra voz no se basa en la
“palmadita en la espalda” ni repetir palabras
rutinarias para “cumplir el expediente” y “quedar bien” ante los demás;
nuestro mensaje ante nuestros/as hermanos/as no es “un paño caliente”
que se
ponga en la herida sangrante del alma y el corazón de un desgraciado
viviente
al que la vida ha apaleado con brutalidad; nuestro mensaje
es una voz
profética, a veces acusadora de la terrible culpa y errores
que nuestros semejantes han cometido ante la justicia y el amor paciente
de un
Dios Creador y Padre que no quiere nuestro sufrimiento,
sino nuestra felicidad y alegría
de vivir.
Los seres humanos somos muy dados
a la queja, a las “lágrimas de cocodrilo”
para arrancar compasión de los
demás; la vida es dura,
y la muerte más aún, y no podemos ocultar la realidad ante
nadie.
Nuestros abrazos y cosuelos están
desnudos de intereses humanos personales,
no estamos pendientes de la
recompensa y la gratitud de nadie;
nuestro amistoso amor y desprendimiento nos
lleva a límites
insospechados hasta no sentir ni el derecho a recibir ni lo más mínimo de
nadie;
nuestra vida es absoluta gratuidad, ya que todo lo que damos,
antes lo
hemos recibido gratis; es pura gracia.
En el crecimiento humano y
cristiano de muchos hay multitud
de carencias en los aspectos físicos, psíquicos y
educacionales,
que van pasando su factura a lo largo de la vida de cada uno,
esto va produciendo un desgaste de fuerza interior que impide
dar una respuesta
adecuada a cada resbalón, caída o contradicción,
que van asomando de forma imprevista y
repentina,
causando estragos, lágrimas y incluso desesperaciones
irreparables
en cada recodo del camino individual.
Parece como que la mayoría de la
gente fue educada y entrenada para el éxito,
los aplausos y los premios, y no para
el dolor, la contradicción y el sufrimiento;
como la vida real es un proceso
continuo de luces y
sombras, de laureles y espinas, de dulces y amargos
sabores,
de buenas y malas noticias, se hace imprescindible
el entrenamiento
para templar nuestro carácter y capacidad
de respuestas equilibrada y natural
ante cualquier emergencia
en los acontecimientos que van ocurriendo en el vivir
de cada día;
si no vamos venciendo por etapas cada suceso, corremos el peligro
de ser aplastados por el peso de los mismos, cuando estos nos visitan
de forma repentina y acumulada.
Cuando nacen nuestros hijos, nuestro
ánimo de hacerles
la vida agradable y feliz, nos arrastra a tratarles
como
príncipes, hasta el punto de ocultarles la verdad sangrante de la vida,
y
crecen hasta la mayoría de edad soñando paraísos a veces irreales y ficticios,
hasta que, por su ignorancia y malformación, empiezan
a ser zarandeados a zarpazos por la
realidad misma que ellos desconocen.
Este “sinplejo de superioridad”
se torna en “complejo de inferioridad”
cruel con el que a veces llegan hasta la
inmadurez humana
que arrastra su sombra hasta la propia ancianidad.
A todo ser humano hay que
invitarle a realizar un examen
de su propia conciencia personal a repasar
(de acuerdo
con su capacidad de entendimiento
y discernimiento humano espiritual, volitivo y
mental)
todo el acontecer evolutivo de su crecimiento y desarrollo;
cuando no
pueda hacerlo solo, debe ser ayudado por una persona
que goce de un mínimo de su
confianza, en que no tiene cabida la mentira
ni el interés egoísta que ensucian y contaminan
todo lo que tocan;
el éxito suele ser inmediato.
1-
nunca es tarde para la enmienda de los errores cometidos;
2-
la culpa de no encajar, no la tiene la sociedad, sino cada uno
de nosotros;
3-
todo el quehacer humano encuentra su sentido, cuando
reconocemos que todo
cuanto hacemos es un servicio a
los demás y por ellos al Creador de todo;
4-
el desasosiego e inseguridad es siempre un producto del
miedo,.. ¿a qué?
5-
la FELICIDAD es directamente proporcional al
grado de FIDELIDAD;
6-
la alegría no está en las carcajadas, está en el hecho de
existir, de vivir;
7-
el fracaso no existe, él es el trampolín para saltar más alto
y seguro;
8-
“queriendo hacer el bien, me encuentro el mal entre las
manos”(Pablo de Tarso)
es el grito de las personas íntegras, alégrate por ello, estás en línea;
9-
si amas a todos sin medida, toda la gente te amará, y tendrás paz;
10-
la verdad absoluta no es patrimonio de nadie, confía en El Que
es la Verdad,
11-
“dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (dijo
Jesús);
12-
esa persona existe y está muy cerca de ti, pídele que te
ayude, lo hará;
13-
tienes toda la razón, y el remedio está en tus manos, ponte en
marcha, ya;
14-
el tiempo es tuyo, no lo pierdas y ganarás con él la
eternidad.
El SENTIDO DE LA VIDA reside dentro de cada uno de nosotros;
si estás perdido en el campo y no sabes
cómo encontrar un punto al que
dirigirte,
porque has perdido el norte de tu entorno,
moja tu
dedo en tu propia saliva, alza tu mano y notarás el fresco
sobre la parte de tu dedo
mojado, ese es el norte referencial que te permitirá
la justa orientación de tu ubicación
geográfica; debes aplicarte,
si has perdido la brújula del sentido de tu vida,
y deseas recuperar el norte de tu existencia; rebusca en la sequedad
más
profunda de tu desilusión algún resquicio de Fe, de Amor o de Esperanza,
y en
la humedad residual de tus lágrimas pensantes, encontrarás el lado fresco
espiritual que calmará tu sed y un rayito de luz reflejado en ellas que
iluminará
tu camino a seguir.
Aunque la realidad sacerdotal
sea tan borrosa y esté altamente desprestigiada
en todo nuestro entorno social, encontrarás una mano tendida sagrada
que gratuitamente llena de amor divino limpiará la
sangre de tus heridas,
aliviará tu angustia, reconstruirá tu corazón partido y calmará la
fatiga
de tu alma dolorida, resquebrajada; yo nada valgo; te lo garantizo con
el divino
valor de mi vida consagrada,
que es tuya más que mí;
mi misión es como la de una escoba, que
limpia y luego se olvida en un rincón. Y Amén.