... de un pueblo:
“Nací en este pueblo de la
Sierra madrileña hace 93 años; aquí crecí, trabajé, me enamoré, contraje
matrimonio con una joven, natural de un pueblo vecino; tuvimos cinco hijos;
enterré a mi esposa cuando falleció con sólo 47 años, casé a todos mis hijos
que me han dado el gran regalo de
18 nietos, una docena de biznietos y 4 tataranietos.
El año del Señor de 1.919, en
este bello pueblecito vivían veinte vecinos que sumaban entre pequeños y
grandes sumábamos 164 habitantes y teníamos cura propio que vivía ahí, en esa casita al lado de la
Iglesia parroquial; los domingos todos oíamos Misa y confesábamos una vez al
año y cumplíamos con Pascua Florida.
Yo ejercí de Alcalde durante
más de 70 años; en este pueblo jamás se produjo delito alguno, ni grave ni
leve; durante tantos años no hubo peleas entre vecinos, ni robos, ni divorcios
y nunca se celebró juicio alguno sobre persona alguno del municipio.
En los años de la guerra
civil aquí no nos enteramos de nada; cada uno andábamos en nuestros quehaceres;
nadie nos molestó ni molestamos a nadie.
A partir del año 1.960, las
cosas comenzaron a cambiar; empezaron a marcharse los jóvenes y algunos
matrimonios, buscando otro ambiente y con intención de mejorar sus condiciones
de vida, adelantos, diversiones y trabajos más rentables y menos penosos; aquí,
ya se sabe, arar la poca tierra laborable, cortar leña para encender lumbre en
los inviernos y el horno del pan, guardar el ganado, ovejas, cabras,
gallinas y alguna vaca.
Tras la muerte del Dictador
Francisco Franco, nos visitaron los partidos políticos alguna vez, pero
comprendiendo que aquí no tenían mucho futuro, dejaron de molestar al pueblo y
no volvieron más; si buscaban votos y dinero aquí no lo encontraron.
Empezaron a llegar algunas
gentes de la Capital, interesándose por casas viejas y trozos de tierra para
construirse una casita de campo para pasar los fines de semana y vacaciones en
plena naturaleza; en menos de diez años, en 1.998, todos los antiguos vecinos
se habían empadronado de otros municipios, los advenedizos no se daban de alta
en este ayuntamiento y sólo quedaba un ciudadano oficialmente en el pueblo.
Ese ciudadano era yo.
Nadie se hubiera enterado de
ello, si no hubiese llegado un día en que la televisión vino por estos andurriales,
tomaron fotografías de todos los rincones y alrededores, me hicieron una
entrevista, que la ví al siguiente día en un bar del pueblo de al lado.
Durante algunos meses se
acercaron cientos de coches y gentes para comprobar el verdad de los hechos y deshechos
de un pueblecito cuya historia finaliza su andadura humana y que morirá conmigo
, cuando yo me muera, porque jamás me marcharé de aquí a no ser al Cielo.
Me gustaría hacer saber a
todo el que lea estas mis pobres palabras que:
puede haber muchas diversiones,
riqueza, lujo, cultura, monumentos, paisajes, placeres, ruido, hoteles,
parques, cines, restaurantes, cruceros, aviones, grandes edificios, fiestas,
grandes espectáculos de todo tipo y tantas cosas más que desconozco; muchísimo
más...
pero que yo nunca cambiaría
eso por el sosiego, la tranquilidad, la amistad, la honradez, la paz interior y
exterior, la cercanía de Dios en nuestras vidas, el cariño de un pueblo
pequeño, sí, pero con una comunidad de vecinos que han sabido compartir lo más
hermoso y glorioso de que se puede disfrutar en este mundo: la libertad en su
más alto grado.”
Con mi silencio, firmo y
sello sus sabias palabras.
(4/1/12)
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