jueves, 22 de marzo de 2012

“RAPANUI, ISLA DE PASCUA”, 4

Asombroso y único.

      La visita a la zona extrema sur/occidental de 
Rano Kau, nos dejó sumamente intrigados; una
vez que dejamos nuestra maleta y enseres en casa, 
volvimos a escudriñar el sitio, que tenía un cierto 
cariz sagrado; imposible de quedar insensible ante 
tanto desorden y desconcierto ambiental.

Pudimos ver altares rotos, piedras dislocadas que 
eran en sí mismas huellas de luchas encarnizadas
llevadas a cabo con saña salvaje, cruel y sin piedad.

Cuando en Europa se visitan ruinas de palacios, 
basílicas y foros romanos o de otras culturas 
antiguas,  se percibe que los destructores de tales 
monumentos, insensibles al arte, se han llevado las 
piedras para la construcción de nuevos edificios y 
casas; en el propio Cuzco en Perú, los conquistadores 
aprovechaban los cimientos y paredes hasta media 
altura, para edificar sus palacios y Catedrales; pero 
en este lugar de Rapa Nui, andaba todo por el suelo, 
una vez terminada la supuesta batalla cuerpo a cuerpo,
piedra a piedra, de los antepasados habitantes, de 
cuya memoria histórica no quedó testimonio humano 
alguno, aparte de estos testigos de piedra y rocas. 

En este lugar se  pueden ver bajo el agua cristalina
algunos moais en el fondo, como si fueran cadáveres
de fríoa, víctimas, sin duda de la supuesta batalla 
campal que no dejó en pie ni a seres humanos, ni 
imágenes ni de aquella explanada de reuniones de
culto ni alltares de sacrificios y ofrendas; un feo 
espectáculo desolador; nos retiramos muy tristes
de ver tanto desastre; tenía yo la impresión de
estar viéndolo con mis ojos en directo. 

En todo caso, dirigí una oración al Altísimo, Dios de 
ellos y mío, por las almas de aquellos protagonistas...

El sol, ya dormilón entre las nubes polinésicas, se
recostaba sobre la bruma mullida y espusoma de la
imponente cama oceánica del Pacífico.

Reparamos en la inmediata puesta del astro sol:
quedamos boquiabiertos al contemplar un increíble
espectáculo natural formado por un cielo azul claro,
un océano infinito y el baile sutil de unas nubes entre
casi trasparentes, pintando la tarde con tules rojizos 
y dorados de lujo y fantasía.

Yo recordé allí las variadas e irrepetibles puesta de
sol de mi Granada andaluza, cuando, en mis años de
estudiante en la Facultad de los Jesuítas de Cartuja la
Nueva, pensaba que no vería algo parecido en parte
 alguna del mundo.

Aquí, reconocí que me había equivocado:

Rapa Nui contaba con un aliado, (que no tenía, ni tiene,
ni podrá tener nunca, la mítica, bella, y la siempre tan
recordadaa como única, ciudad de Granada) : el MAR.
   

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