miércoles, 21 de marzo de 2012

"ZITYZEN MODELICO", 1


EN UNA CÁRCEL-REFORMATORIO JUVENIL.
 
Como “no hay dos sin tres”, a los pocos días el P.Ulpiano, en su buena intención de ponerme en contacto con diversas realidades pastorales peruanas, me dijo:

“como te he oído en las charlas a los universitarios, creo que vas a defenderte bien con otro grupo de jóvenes; aunque pertenecen a otro ámbito muy diferente, son chicos delincuentes  y con problemas de adaptación social, los conozco y les he hablado de ti; se han ilusionado y ya te están esperando. 

No quiero que vayas obligado. 
Ya te lo he dicho; ahora depende de ti.”

Acepté el reto, aunque nunca había trabajado ni tocado el tema concreto de apostolado entre jóvenes conflictivos. Se trataba de “poner toda la carne en el asador” y confiar en que no se quemara; una semana de riesgo, pensé. Estaba ante lo desconocido.

“Cogí muy fuerte el toro por los cuernos”, con mi Crucifijo misionero, la Biblia bajo el brazo y mi mano firmemente agarrada a la de  mi Madre Virgen María (como hago siempre) y me dirigi hacia la cárcel-reformatorio ubicado el la zona de Callao; por una vez, la primera, iba “como  cordero al matadero” y notando el miedo en mi cabeza y en mi estómago. 

El buen y caritativo P. Ulpiano me acompañó y presentó a las Autoridades  del centro penitenciario y a todos los inquietos chavales residentes. 

En unos minutos, terminados los saludos, se fueron todos lo jefes y quedamos solo los chicos y yo.

Intenté que perdieran el miedo; aunque el “cagao” era yo, más que ellos. me esforcé en hacerles comprender que yo no pertenecía al equipo de vigilancia del centro, que en realidad yo era como ellos, uno de ellos. 

Lo importante era pasarlo bien esa semana; que íbamos a compartir juntos espacio, tiempo, sufrimiento carcelario y alegrías de jóvenes.

Esperaba que se rompiera el hielo y la distancia que nos seguía separando tensamente. La Providencia y, quizás, la buena suerte gitana (que tamién existe):

a uno de los chicos se le ocurrió cogerme la mano izquierda y fijándose en el Cítizen de mi muñeca, con cierta vergüenza, dijo:

“ Padrecito, ¡qué reloj tan bonito  tiene! ¿me lo deja ver”?

Y, desabrochando el reloj,  lo puse en la mano y dije:

“claro hombre;  póntelo y verás que bien te sienta. mejor que a mí"

Todos los chicos rompieron en risas y algunos decían:

“Padrecito, se ha quedado sin reloj”, 
“ese chamaco es un ladrón,” 
“como la mayoría de nosotros,”
”usted no conoce a esta gente,”
”ya no lo verá más,” “¿dónde está el reloj?”

Se formó una auténtica algarabía. Al oír, los vigilantes se hicieron presentes, y preguntaban si pasaba algo; los tranquilicé, y les advertí:

“que no temieran, que los chicos eran excelentes; que yo me bastaba y sobraba para mantener el orden. Algo les habrá hecho gracia  y se han reído, se han puesto a charlar; pero eso es todo, 

Váyanse tranquilos, pues aquí no pasa nada”

La verdad era otra.  Había pasado todo. Aquellos “¿mal intencionados chicos?” y yo habíamos roto las barreras del miedo;  habíamos superado la prueba de todas las desconfianzas; nos habíamos convertido en “cómplices mutuos” la batalla estaba ganada. 

No fue mi pericia, ni mis dotes de psicólogo, ni siquiera mis buenas cualidades de orador ni mi estrategia de predicador convincente.

Aquel nuevo invento japonés del Sr. Zai Znu, y que el entonces Alcalde de Tokyo bautizó con el nombre de CITICEN, esperando que los buenos nipones fueran tan ahorrativos como este “ciudadano” del que se esperaba que incluso hablara algún día, fue el artífice de aquel momento tan crítico. Si de él se  han fabricado más de 200 modelos, de los que se han vendido más de 300 millones de piezas, allí, entre aquel joven misionero y 300 chicos presos del reformatorio, hizo de “ciudadano ejemplar” y sirvió de “modelo” que nos “conquistó” con su “discurso silencioso”.

Aquel humilde reloj de acero alimentaba su cuerda solo por medio de una pieza   que giraba en su interior con el simple movimiento inconsciente de la mano de su usuario. Sin querer “inflar el perro”, lo digo convencido de que él fue El Mejor. 

Y,  sin dar mayor importancia a este producto de la Ciencia, dudo si hay alguien en el mundo que pueda otorgar a una pieza de buen metal el título de “CITIZEN MISIONERO” .   
Y dí las gracias a Dios por él.

Al día siguiente, madrugué un poco y me presenté el Reformatorio para colocarme en una de las filas  de espera con el jarrito y el plato de presidiario con la intención de tomar el desayuno con ellos;  cuando le llegó el turno, el funcionario le entregó un panecillo y le llenó el jarrito de aluminio de una especie de líquido viscoso, que él desconocía; se dirigió a las mesas del comedor, donde encontró un asiento libre; antes de probar, ya sintió asco, pues tenía un aspecto feo, como tirando a mocos; mojó un trozo de pan en el jarrito y, al notar el tacto de “aquello” sobre la lengua, se levantó marchó sin decir palabra en busca del servicio más cercano y con lágrimas en los ojos de impotencia y vergüenza devolvió, no el desayuno, sino la cena del día anterior.

Los chicos , y también los funcionarios, fueron testigos directos de aquel mi ruidoso y vergonzoso espectáculo.  

 No era para tanto. 

Todos se tomaban aquel desayuno con naturalidad y satisfacción; lo que a mí parecían mocos, era yuca molida y licuada, resulta ser un excelente alimento.

Todo fue cuestión de ignorancia por mi parte. Ignorancia  con una gran dosis de imprudencia. 

Quise ir de “curita modelo”  y terminé haciendo el ridículo. Intenté dar un ejemplo de humildad,  y resultó ser un “humillante farol”.

Me recuperé de mis ascos injustificados; el propio Director de la Prisión se interesó por mi y me ofreció un café delicioso, y me dirigí al pabellón con mis chavales.

Al entrar estaban muy calladitos y vigilados por el equipo de funcionarios de la prisión.

Al verme, recibí uno de los aplausos más grandes de toda mi vida. 

Sentí vergüenza, pero al mismo tiempo comprendí que aquellos “delincuentes” quizá no lo eran tanto; allí estaban por algo, pero en su corazón quedaba todavía  mucha nobleza y capacidad de comprensión.

Salieron los vigilantes y antes de empezar yo, fueron ellos los que dijeron cosas, cuyas expresiones me reservo por delicadeza:

-“Padrecito, ¡qué valiente es usted!”
-“¡Tiene unos (aguacates?) que se los pisa!”
-“¡Todos los curas tendrían que ser como usted!”
-“¡No se vaya nunca de con nosotros!”
-“¡no se corte con nosotros. Haremos todo lo que usted nos pida!”
-“¡Viva usted y la madre que le parió!”

-“.... dijeron muchas más cosas (los chicos eran más de 200) y más
fuertes que las anteriores)... el "padrecito" ante estas situaciones ni
se inmuta (faltaría más)... oir y callar.¡¡¡¡¡¡¡¡silencio!!!!!!!!

Escribí en la pizarra, para que ellos respondieran en un folio que repartí, las siguientes propuestas e ideas
de reflexión:

01.- ¿Por qué estoy metido en este reformatorio?
02.- ¿Soy yo el culpable o han sido otros?
03.- ¿me agarraron “con las manos en la masa”?
04.- ¿Fui víctima de una denuncia?
05.- ¿Qué tengo contra los curas?
o6.- ¿He sido o soy víctima de malos tratos?
07.- ¿Me siento capaz de perdonar a los que me hicieron algún mal?
08.- Califica de 0 a 10 a los funcionarios de esta prisión (sin dar nombres).
09.- Estás a gusto, o no, asistiendo a estas charlas conmigo?
10.--Hago tres propuestas de conversación religiosa.
11.- Hago tres propuestas de conversación no religiosa, sino familiar o social.
12.-  ¿Quieres sentirte amigo de Jesucristo?

Las respuestas escritas no llegaron a 50; el resto eran analfabetos o casi.  

 Debía yo haberlo averiguado antes. Pero cuando me lamentaba por ello, sucedió algo digno de ser mencionado: 

La gran mayoría tomó la palabra y conforme levantaban la mano, venían al estrado y soltaban por sus bocas toda la verdad desnuda y algunos “a lo  bestia” sobre los puntos propuestos. 

Quedé tan impresionado que fui a conversar con el Director, que valoró muy alto mi atrevimiento, y se alegró por ello. Me dijo:

“No me lo puedo creer; en solo dos días ha logrado usted cambiar el comportamiento de “estos hijos de perra”. 

Usted ha conseguido con su palabra y su actitud con lo que nosotros no conseguimos ni a palos”. 

Terminó él de hablar y me levanté con lágrimas en los ojos, sin decirle cosa alguna. El dijo:

“Padre, ¿por qué llora usted? al contrario, puede sentirse muy satisfecho por el éxito de su excelente  y fructífera labor como sacerdote”.   

(continuará)


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