viernes, 16 de marzo de 2012

"COPARTICIPES DE LA VIDA DE FE"


(Esta página de reflexión y recuerdos personales están en la línea  y tiempo real
de "SI EL GRANO DE TRIGO:::")

 Tenía yo tres años cuando tuvo lugar la muerte de mi abuela paterna,  Francisca
Pérez Simón; murió en un cortijo de la Rambla de Olúla, jurisdicción de Oria,
en la provincia de Almería. El cortijo se llamaba “La Ramblíca”, y había nacido y
vivido siempre en el, ya que pertenecía a los antepasados desde el tiempo de los
Reyes Católicos tras el fin de la Reconquista de España que al culminar la toma de 
Granada en 1492, el Marqués de los Vélez pagó con tierras los servicios prestados 
a la Corona por los soldados reconquistadores, de los que uno de ellos fue nuestro
antepasado venido desde Tarragona, Tomás Juan de Tortosa.

Mi corta edad solo me dejó un recuerdo vago de su físico; estaba comiendo “migas 
moras” de flor de harina en plato y cucharas redondas de hierro en compañía de mis
hermanos; quedaron impresas en mi retina y memoria las lágrimas de mis padres y
la imagen de mi abuela de setenta y cinco años ya muerta en la cama.

Un año más tarde moría también mi abuelo Tomás Tortosa Masegosa, a la edad de
 setenta y siete años; a el sí lo recuerdo vivo, ya que se vino a vivir en casa, pues
ninguna de sus tres hijas le atendieron, siendo mi madre su nuera la que le prestó la
 atención que precisó en su ancianidad; le recuerdo muy triste y con la tendencia senil 
de querer volver a su “Ramblíca”, mientras gritaba:

“quiero ver a mi “mujuer” (como decían los hombres de entonces en aquellas tierras 
y tiempos, para referirse a su esposa).

Mi madre le tenía que consolar, mientras le traía  a casa desde el tramo de camino que 
había andado en busca de su esposa, sin admitir que había muerto meses antes.

Pronto murió también él en nuestra casa; yo le ví amortajado sobre una manta extendida
 en el suelo; (después he sabido que la posición recta del difunto en el suelo estaba 
relacionada  con aquello del “rigor mortis”).

He querido ser fiel a la corta y lejana experiencia de la muerte de seres humanos.

La noticia de que había muerto alguna persona cercana, siempre la relacionaba con estos
 hechos de mi primera infancia.

Ya en el Seminario menor, tuve una cercanía mayor en la muerte de Don Justo, el
anciano Rector, cuyo velatorio correspondió a los seminaristas que, por turnos, fuimos 
pasando durante veinticuatro horas rezando el santo rosario junto a su cadáver. 
Tenía yo 16 años y estudiaba Segundo curso de Bachillerato.

Al año siguiente, un Sacerdote joven, Antonio Peregrín, al que habíamos conocido
de seminarista y asistido a su Primara Misa, enfermó tan gravemente que murió en
pocos meses y a la edad de 27 años; por haber estado dos años siendo el guía y Director 
de canto gregoriano, nos llegó muy hondo a toda la comunidad,

Cuando aún estaba con vida, pidió que le administraran los Sacramentos de la Unción y
Santo Viático solemne y festivamente; nos dio las gracias a todos por elcariño que había 
recibido; y dijo una frase de las que no se olvidan:

“cuando llegue a la presencia de Dios, rogaré por todos vosotros”;

Exijió  que durante el tiempo que le quedara, le pusieran durante las veinticuatro horas
música gregoriana; durante una semana, que aún vivió, fue colocado en una gran aula de 
estudio, sobre una cama, donde permaneció acostado igualque si ya estuviera muerto; era 
impresionante entrar en aquella habitación, verle en situación estática y oyendo melodías 
gregorianas de profunda espiritualidad.

Recuerdo la sensación generalizada y los sentimientos de todos con una idea fija que duró 
mucho tiempo: todos querríamos tener una muerte semejante a la suya.

Pasaría sólo un año para que yo sufriera en carne propia lo  que he calificado sin tapujos y 
con toda la crueldad imaginable como “crisis de muerte y de fe”.

Cuando terminado mi cuarto curso de Bachiller, llegué a m casa familiar, encontré a mi 
padre, con cincuenta y cuatro años, enfermo y a punto de morir; permanecí a su lado los 
catorce días que aún vivió, hasta que vencido por el dolor y el imperio de la ley natural 
falleció inclinándose sobre mi pecho y entre mis brazos.

Querer ahora describir aquella realidad sangrante, sería imposible. Mis diecinueve años 
de entonces no daban para tanto; fueron momentos de un desgarro total:

Tuve la sensación de que el mundo se hundía bajo mis pies. Cayó sobre mi como
una inmensa losa que me aplastaba, no sólo físicamente, sino de forma psicológica y 
espiritual, Sufrí una crisis de Fe y quise abandonar el Seminario y dejar los pocos
estudios que aún llevaba (recién había terminado el cuarto curso de Bachillerato).

La muerte de mi padre cambió mi formas de ser y de pensar; la vida y el dolor me había 
rasgado el alma y parecía como que habían matado y aniquilado mi niñez.
Pude superar aquel estado de amargura incontrolada, gracias a la palabra sencilla y el 
apoyo de mi hermano José que con su sabiduría natural, ya que careciendo de estudios 
básicos y apenas sabía leer y escribir, supo reconducir mi vida personal hasta hoy; creo 
que toda persona, cualquiera que sea su realidad, debe tener y dar
oído a las palabras de otra persona de confianza que intenta tranquilizarnos, y que debemos
aceptar  como guía en nuestra desorientación de perdidos en la selva de la existencia humana.

       “rezaré mucho por su alma”
“que descanse en paz”
“él era mi mejor amigo”
“lo recordaremos toda la vida”
“nunca lo olvidaremos”
“ha sido tan bueno para todos”
“era una santa”
“cuánto ha sufrido”
“que Dios le tenga en su gloria”
“le tendré presente en mis oraciones”
“cuánto hemos gozado y sufrido juntos”
“cuánto vamos a notar su falta”
“Dios le ha llamado a su lado, pues era muy bueno/a”
“era amigo de todos”
“...pero la vida sigue”
“no debe matarnos la tristeza”
“tenemos que seguir adelante”
“seguiremos haciendo lo que él/ella no pudo completar”
“la muerte nos lleva a todos por delante”
“la muerte es una realidad inevitable”
“aquí no quedará nadie”
· después de cien años... todos calvos”
“bebamos y comamos, que mañana moriremos”
“la vida es para disfrutarla y vivirla con alegría”
“morir es tan natural como el nacer”
“de nada estamos tan seguros como de la certeza de la muerte”

Y podíamos seguir recordando las frases de la gente en torno al hecho de la muerte que cada 
día se hace presente en los hogares de los seres humanos.

No solo mueren los seres humanos; también mueren toda clase de animales y de
plantas, aves, peces e insectos; hasta las piedras se deshacen y todo cuanto existe se trasforma 
y cambia de estado, debido a su débil consistencia y a su contingencia
permanente, variable y destructible por naturaleza.

Tenemos la experiencia continua de nuestra inconsistencia existencial, de nuestra total
dependencia universal, no solo en el orden personal, sino de todo ser que nos rodea; hasta 
la misma tierra que pisamos se mueve y se deshace bajo nuestros pies.

Estamos como colgados de un hilo quebradizo y tan débil, que podemos pasar de la vida a 
la muerte en un instante preciso; ser conscientes de ello, puede ayudarnos a comprender la 
grandeza y la pequeñez de la vida que anima nuestro cuerpo.

Nuestra capacidad de reflexionar y pensar, soñar e imaginar, nos permite salir de nosotros 
para indagar más allá de nuestras barreras materiales, buceando, con las limitaciones de que
 estamos revestidos, en las esferas intangibles, etéreas y llenas de misterios insondables, 
queriendo encontrar desesperadamente ese “clavo fijo y ardiente” al que agarrarnos.

Genéticamente el ser humano siente el hambre insaciable de vivir eternamente;
nada ni nadie logra apagar el ansia de vida que impregna nuestro existir.

En los albores de cada vida humana palpita como una semilla a punto de germinar la sutil y 
misteriosa necesidad espiritual de una realidad sobrenatural que supera la
simple naturaleza de las cosas materiales; y se alza la voz interior que grita en toda
persona, sin excepción:

“¡¡¡ ABBA, ABBA, ABBA...mamá... papá...tata...ABBA, Pater !!! “

“ABBA” la palabra universal que todos los seres humanos  nacemos diciendo y pronunciando, 
de forma automática, y sin haber tenido tiempo para aprenderla;
palabra congénita que nace impresa en nuestra lengua y nuestra mente, como un
mensaje del más allá de la vida, cuya significación es “la petición de cuanto  se
necesita para subsistir” con la que nacemos y expresamos la necesidad vital.

Es el grito que retumba en todo el universo mundo, más allá de todos los límites del tiempo y 
del espacio; es el grito del mismo mundo visible e invisible: es el
grito de la vida y de la muerte, desde los simples electrones y neutrones atómicos
hasta la complicada envergadura, ordenada y/o caótica del cosmos completo.

ABBA ante el misterio de la vida
ABBA ante el misterio de la muerte
ABBA ante lo conocido y lo desconocido que rodea nuestro infantilismo
ABBA ante El Gran Desconocido
ABBA ante el Creador que hizo posible y real todo lo que existe.

ABBA es el grito de Fe  ante todo lo que no entendemos ni podemos dominar.

Cuando en la oscuridad de la noche existencial, aparece una chispa de luz ante
nuestra borrosa mente, es porque cerca tenemos el “Hierro ardiente al que fijar nuestra vida 
y agarrarnos hasta quemarnos con el fuego del Amor divino”, Amor
que nos salva elevando a la categoría de eterno nuestro pobre ser temporal.

Aunque nadie puede aliviar nuestro dolor ante el hecho insoslayable de la muerte
de nuestros seres queridos y amigos, debemos  asirnos con manos y dientes al único valor 
que convive desde el principio de nuestros recuerdos existenciales y que claman sin cesar en 
nuestro espíritu de creyentes (me cuesta tanto admitir, a pesar del inmenso respeto que siento 
por ellos, que halla personas ateas).

“ABBA, Pater... AYÜDANOS, Padre” en esta hora de dolor sin consuelo, a ser
fieles  a la Fe en la Esperanza de alcanzar tu Amor eterno en compañía de nuestros
seres  queridos, porque confiamos plenamente en tu Misericordia infinita, para con ellos 
hasta lograr nuestra resurrección con Jesucristo nuestro Redentor.


 

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