A finales de septiembre
de 1964, estaba sentado en el despacho parroquial de Lurín; ví por la ventana
como un hermoso coche se detenía en la calle.
Un caballero se apeó de
él, acompañado de dos jóvenes, chica y chico, se acercó hacia la puerta de
nuestra casa parroquial y salí en seguida a recibirles antes de que tocasen la
puerta; les saludé y pregunté qué`deseaban.
“Soy Fernando Noriega
Cálmet, Senador por Lima.
Deseo hablar con el
Párroco y Vicario Decano de Lurín.”
Le di la bienvenida,
indicándole que el Párroco, aparte de Vicario Decano
del Vicariato misoonal, era yo.
No podía imaginar qué podría querer un Senador Nacional denosotros.
Él debió notar mis excitados
nervios, y añadió:
“he venido a verle por
encargo del Señor Nuncio en nuestro país, Monseñor Carboni.
Lo que quiero es oír de
sus labios cuales son las más importantes necesidades pastorales con que
tropiezan en esta zona del Departamento
de Lima; y haremos lo que esté a nuestro alcance para atenderles”.
de Lima; y haremos lo que esté a nuestro alcance para atenderles”.
Reconozco mi asombro.
Recordé las palabras del
Nuncio, ( aún conservo la carta recibida días antes del propio Nuncio del Papa en Perú) y mis temores se transformaron en gran alegría y fortaleza.
Era mi momento
oportuno de exponer a un Senador de la Patria peruana lo que necesitaban sus
paisanos; porque, siendo él de Piura, el Dartamento de Lima y territorio departamental, tenían
un valedor, que era el Senador Noriega con quien yo estaba hablando.
Le hice conocedor de:
"-
nuestros
proyectos pastorales como encargos del Emmo. Cardenal Landázuri;
-
la
gran pobreza en que vivían muchos de los ciudadanos que habitaban la inmensa zona del
Vicariato que yo regía;
-
la
necesidad de una mejora en la elemental infraestructura para la educación de
tanto niños, niñas y jóvenes de un
territorio amplio y muy olvidado en los planes
nacionales de desarrollo humano y social;
quizás por estar tan cerca de la Capital; somos un
barrio más;
- el futuro de esta
realidad era inminente, pues la concentración humana se iba acelerando a un ritmo superior a la
previsión y diversos programas gubernamentales, de las que yo conocía;
- que su papel de Senador
era fundamental en los años próximos para
esta zona del sur de Lima, y no debería mirar hacia otro lado una persona con tanto
prestigio, inteligencia, amplia visión política y valía
personal como él;
-
que
el ser amigo tan apreciado del Nuncio, le honraba muy mucho y me
ofrecía el alivio y tranquilidad de futuro
inmediato y lejano para el bien de tanta gente
como ocupaba nuestro celo y preocupaciones
apostólicas."
Cuando terminé mis
argumentos y razones para ser merecedores de su atención, Don Fernando Noriega
me dijo:
“Padre, Monseñor Carboni
se ha quedado corto; le rogué que me explicase de qué se trataba, y me dijo que
ya usted me diría lo que yo
necesitaba saber; es un hombre de Dios, capaz de conseguir cuanto ud. quiera.
Venía pensando que ustedes necesitaban un apoyo personal y atención sacerdotal,
y no me ha dicho ni una palabra de sus penurias:
Usted me ha hablado de los
problemas de la gente, y nada para ustedes.
Le aseguro que algún día recuerde lo que quiero decirle:
Le aseguro que algún día recuerde lo que quiero decirle:
Esta zona será un orgullo para sus gentes, para Lima, para el país entero, y ¿cómo no? para Ud. y para mi.”
Nos dimos gracias
mutuamente y nos despedimos con un apretado abrazo; esperamos a que el tiempo y
la historia nos de la razón.
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