roja, rojo de amapola,
sobre tu boca prendían
flores blancas sin corola.
En tu melena castaña,
entre tus cabellos lisos
y tus perniles de caña
lucían tus ojos sumisos.
Bella esbeltez de tu talle
y tu cintura de hormiga
demostraban los detalles
de una novia más que amiga.
La dulzura de tus manos,
que no tocaban por puras,
eran delicias de humanos
y panales de lisura.
El aite de tus caderas
iba llenando la calle
de aromas y adormideras,
que no se perdía nadie.
Cuando quise darte un beso,
tu vergüenza lo evitó
ante mi santo embeleso;
mi beso al aíre voló.
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