-No era para
tanto-
Al día
siguiente, madrugué un poco y me presenté el Reformatorio para colocarme en una
de las filas de espera con el
jarrito y el plato de presidiario con la intención de tomar el desayuno con
ellos; cuando le llegó el turno,
el funcionario le entregó un panecillo y le llenó el jarrito de aluminio de una
especie de líquido viscoso, que él desconocía; se dirigió a las mesas del comedor,
donde encontró un asiento libre; antes de probar, ya sintió asco, pues tenía un
aspecto feo, como tirando a mocos; mojó un trozo de pan en el jarrito y, al
notar el tacto de “aquello” sobre la lengua, se levantó marchó sin decir
palabra en busca del servicio más cercano y con lágrimas en los ojos de
impotencia y vergüenza devolvió, no el desayuno, sino la cena del día anterior.
Los chicos ,
y también los funcionarios, fueron testigos directos de aquel mi ruidoso y
vergonzoso espectáculo.
No era para
tanto.
Todos se
tomaban aquel desayuno con naturalidad y satisfacción; lo que a mí parecían
mocos, era yuca molida y licuada, resulta ser un excelente alimento.
Todo fue
cuestión de ignorancia por mi parte.
Ignorancia con una gran dosis de imprudencia.
Quise ir de
“curita modelo” y terminé haciendo
el ridículo. Intenté dar un ejemplo de humildad, y resultó ser un “humillante farol”.
Me recuperé
de mis ascos injustificados; el propio Director de la Prisión se interesó por
mi y me ofreció un café delicioso, y me dirigí al pabellón con mis chavales.
Al entrar
estaban muy calladitos y vigilados por el equipo de funcionarios de la prisión.
Al entrar
recibí uno de los aplausos más grandes de toda mi vida.
Sentí vergüenza, pero al mismo tiempo
comprendí que aquellos “delincuentes” quizá no lo eran tanto; allí estaban por
algo, pero en su corazón quedaba todavía
mucha nobleza y capacidad de comprensión.
Salieron los
vigilantes y antes de empezar yo, fueron
ellos los
que dijeron cosas, cuyas expresiones me reservo por delicadeza:
-“Padrecito,
¡qué valiente es usted!”
-“¡Tiene
unos (aguacates) que se los pisa!”
-“¡Todos los
curas tendrían que ser como usted!”
-“¡No se
vaya nunca de con nosotros!”
-“¡no se
corte con nosotros. Haremos todo lo que usted nos pida!”
-“¡Viva
usted y la madre que le parió!”
-“...dijeron
muchas más cosa (eran más de 200 chicos) y
más
fuertes... el “padrecito en esas circunstancias ni se
inmuta...¡¡¡¡¡¡¡¡
sielcio!!!!!!
Escribí en
la pizarra, para que ellos respondieran en un folio que repartí, las siguientes
propuestas e ideas
de
reflexión:
01.- ¿Por
qué estoy metido en este reformatorio?
02.- ¿Soy yo
el culpable o han sido otros?
03.- ¿me
agarraron “con las manos en la masa”?
04.- ¿Fui
víctima de una denuncia?
05.- ¿Qué
tengo contra los curas?
o6.- ¿He
sido o soy víctima de malos tratos?
07.- ¿Me
siento capaz de perdonar a los que me hicieron algún mal?
08.-
Califica de 0 a 10 a los funcionarios de esta prisión (sin dar nombres).
09.- Estás a
gusto, o no, asistiendo a estas charlas conmigo?
10.--Hago
tres propuestas de conversación religiosa.
11.- Hago
tres propuestas de conversación no religiosa, sino familiar o social.
12.- ¿Quieres sentirte amigo de Jesucristo?
Las
respuestas escritas no llegaron a 50; el resto eran
analfabetos
o casi.
Debía yo
haberlo averiguado antes.
Pero cuando
me lamentaba por ello, sucedió algo digno de ser mencionado:
La gran
mayoría tomó la palabra y conforme levantaban la mano, venían al estrado y
soltaban por sus bocas toda la verdad desnuda y algunos “a lo bestia” sobre los puntos propuestos.
Quedé tan
impresionado que fui a conversar con el Director, que valoró muy alto mi
atrevimiento, y se alegró por ello; me dijo:
“No me lo
puedo creer; en solo dos días ha logrado usted cambiar el comportamiento de
“estos hijos de perra”.
“Usted ha
conseguido con su palabra y su actitud con lo que nosotros no conseguimos ni a
palos”.
Terminó él
de hablar y me levanté con lágrimas en los ojos, sin decirle cosa alguna. El
dijo:
“Padre, ¿por
qué llora usted? al contrario, puede sentirse muy satisfecho por el éxito de su
excelente y fructífera labor como
sacerdote”
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