martes, 6 de marzo de 2012

"Malagón-Madrid-Malagón"

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Malagón-Madrid-Malagón
  - El verano tuvo un carácter apostólico por el deseo que yo, joven seminarista, tenía de llevar el Evangelio a sus vecinos de aquellas 5 cortijadas de su entorno que habían demostrado su devoción a la Madre de Jesús, recibiendo en sus hogares la imagen de la Virgen de Fátima cada mes.  Había escrito una
carta a la Dirección de la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) de C/  Mateo Inúrria, en Madrid, solicitando ejemplares de los Cuatro Evangelios. Me habían contestado afirmativamente.

Hice el viaje en autobús de Venta Quemada a Baza y en tren de Baza a Madrid.  Una cosa tan sencilla fue para mi una extraordinaria aventura. Era la primera vez que salía del ámbito local.

Llegar a la Capital del Reino; ir  a Madrid y moverse por sus avenidas y  medios de trasporte urbano parece algo sencillo, pero para una persona del campo, sin experiencia de ciudad; en 6 años viviendo en Guadix, jamás había salido solo a la calle, era el régimen de vida en el Seminario  Menor, allí    ( cuando nos movíamos por la ciudad eramos acompañados por profesores y en fila, vestidos con sotana, fajín, bonete y esclavina, con recogimiento monacal y los ojos mirando al suelo); Madrid en los años 50 era más pequeño; sus largas avenidas y sobre todo el metro, me dejaban sin aliento, a mi,   aventurero; la estación de Plaza Castilla se abrió al público por ese tiempo. 

A fuerza de preguntar, logré llegar a mi destino; fue bien recibido y siguiendo los términos de nuestras cartas, me entregaron 500 ejemplares del Evangelio, que cargué como pude; comí a base de bocadillos que había traído de casa, y volví el mismo día a Malagón. 

El viaje de ida y vuelta se realizaba así: se salía de Malagón andando, en burra, mula o bicicleta ( que fue nuestro caso)

En la carretera nacional Murcia-Granada se tomaba el autocar a las 9 de la mañana que llevaba a Baza, en que se viajaba en tren hasta Granada, y  a las 8 de la tarde salía otro tren hasta llegar a la estación de Atocha, ya en Madrid, sobre las 8 de la mañana siguiente; se hacían los asuntos en cuestión durante el día, para volver por el mismo camino y medios; el viaje completo se realizaba en tres días; los trenes eran muy rudimentarios e incómodos con asientos de madera y tirados por locomotoras de vapor, por  lo que la térrea carbonilla, desde   las máquinas,  llegaba  con facilidad a los pasajeros, que pasaban el viaje hablando, comiendo, bebiendo e intentando dormir  por tramos, ya que, por añadidura, estos trenes solían parar en todas las estaciones de su recorrido geográfico, dando tiempo a que los pasajeros pudieran bajar a tomar un café y otros artículos en la cantina de cada estación; incluso había gente que disfrutaba de un enamoramiento que en el mejor de los casos sólo duraba el tiempo del viaje; Se leían libros, se hacían apuntes, se jugaba a las cartas, al dominó, al ajedrez, o se rezaba el rosario.

Un viaje de aquellos se podía convertir en el mejor escenario de relaciones humanas con la adaptación de todos los niveles de los viajeros.

Fue una experiencia tan rica que hoy, trascurridos 57 años, sigue imborrable en mi mente  con nitidez; yo andaba sumido en mi proyecto misionero, pensando en mi gente, y, por primera vez en mi vida, sentí en mi interior la inquietud de ejercer mi sacerdocio futuro en tierras de misiones extranjeras  ¿sólo inquietud? la semilla de vocación misionera había caído en mi corazón.

Terminado el viaje en La Ventilla, y al bajar del autocar mi hermano José me estaba esperando con la burra, que, dócil, cargaba  los quinientos libros de los Cuatro Evangelios, mientras nosotros, andando, recorrimos los seis kilómetros que distancian la carretera del cortijo de Malagón. -            

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