Notificación:
Un saludo y disculpa a mis amdos lectores/as, por estos tres días de silencio en el Blog de publicaciones; un toque gripal me lo ha impedido; estoy con vosotros/as.
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La generosidad del amor a El, el Gran Desconocido, está por encima de todos los los cálculos humanos.
Si una persona ofrece su vida
LIBREMENTE, todo es evidente; sobran las explicaciones de por que actuamos
al entregarnos de por vida a un ideal, tan diferente, que
otros son incapaces de enterder y comprender.
En un Asilo de las conocidas Hermanitas de Ancianos Desamparados, Congregación fundada por
la Santa valenciana Teresa
Jornet, allá en el lejano Perú, algunas mañanas bajaba a ver como
jóvenes señoritas llenas de vida y con la máxima belleza que se
puede contemplar en este mundo, con el cariño de auténticas hijas
dedicaban su tiempo y sus fuerzas a levantar, lavar y vestir a
los/as ancianos/as inválidos o ajados por la edad, las llagas o escaras y enfermedades terminales; el equipo de Novicias que, desdeñando
lujos, novios y éxitos personales en la vida social y profesional, se
entrenaban para su entrega virginal a Jesucristo hecho carne en
los cuerpos de aquellos seres vivos y rotos, sin esperanza de compensación
alguna en este mundo; aparte de la admiración y respeto que
me inspiraban aquellas chicas que, tan buenas como humildes, eran
escandalosamente felices.
Una mañana, cuando una Novicia
limpiaba con mimo la abundante mierda de uno de los Ancianitos, en
presencia de un matrimonio, cuyo marido era hijo de dicho
Anciano, entre la ingrata y desagradable visión unida al olor que inundaba el
ambiente, el expresado señor hijo, con la nariz tapada por el pañuelo,
dijo:
“eso no lo haría yo ni por
todo el dinero del mundo”;
la Novicia, mientras seguía
su tarea, respondió;
“ni yo tampoco, señor; yo no
cobro absolutamente nada por hacer esto; porque la razón de mi trabajo y amor
a su “papá” es el amor que le doy yrecibo de mi amado
Jesucristo; y eso me basta para ser feliz.”
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