sábado, 24 de diciembre de 2016


ENTRE MACHU PICHU  Y  PACHACAMAC
           (para una velada navideña, como regalo a mis lectores)

Cuando en el año 1962 llegué a Lima, un joven universitario me contó un mítico acontecimiento legendario acaecido en los albores de la Historia del Perú.

Al año siguiente, escuché la misma leyenda, de labios de una  mujer, recolectora de copos de algodón, donde, con su bebé a la espalda, dormidito todo el día, por los efectos alcohólicos de la chicha morada, que ella le daba para que no le molestara en su esclava tarea de enriquecer al abusivo e inhumano hacendado.

Mientras el joven universitario criollo se mostraba orgulloso de sentirse  una promesa literaria de la gloriosa y exquisita narrativa sudamericana, la  joven madre  inca hablaba llorando sus penas   de ser una de las víctimas sexuales  de su deshonesto dueño.

Tardó muchos días para abrir su corazón ante mi; le daba mucha vergüenza y sentía miedo, por si  “el padrecito” se lo contaba al “hacendado sin corazón” (fueron sus palabras).

Ella había oído esta leyenda tantas veces que, incluso, la sabía    de  memoria; mientras relataba cada parte, lloraba recordando,   con indescriptible nostalgia, el glorioso pasado de su pueblo, ese que los “poderosos conquistadores” les arrebataron un triste día de enero de 1553.

Te encuentras con una realidad sociológica y religiosa, en que se mezclan sentimientos cristianos, que mantienen vivos después  que, en 1714, el Cura Toribio les bautizara en la Pila bautismal, en la que, igual que en las actas del registro parroquial, aparece la firma de Toribio, junto a las  de los misioneros españoles, sin haber olvidado sus milenarias  tradiciones incas.

Entre las numerosas experiencias humanas y divinas, que viví en mi siempre recordado y querido Perú, hay algunas que no he podido  más marcaron mi vida de misionero católico, en mi afán de cumplir mi hermosa tarea de anunciar el Evangelio a un pueblo de hondo sentido religioso en torno a  Pachacamac, un centro y punto de atracción para los habitantes del norte, el este y sur, los hijos de   Inti se hicieron dueños de este vergel paradisiaco.

Por las huellas y los restos arqueológicos, sabemos que en este lugar sagrado ya vivieron los humanos del Paleolítico final del octavo milenio.

La actuación de los conquistadores  españoles no fue acertada, cuando Hernando Pizarro y sus hombres, saqueo funesto día 30 de enero de 1553; asaltaron sus palacios, sus templos y hogares, exigiendo oro, joyas y amuletos, para el rescate de su Emperador Atahualpa, impuesto a los incas por su hermanísimo Francisco;     en busca del preciado metal, asolaron sus altares, y quemaron la ciudad sacrosanta de los antiguos oráculos, asesinando a los que se oponían a entregar as  ofrendas a su dios Pachacamac.

Experiencias indígenas entre los miembros de una  tribu del río Ucayali, los shilpiba, o con  alguno de los  llegados de todo los rincones de los Andes   a la barriada de Lima; pero lo tuve más fácil, ya que mis gentes del Valle Sagrado de los antiguos Incas  que, tras la unificación de Machu Pichu y Pachacamac, llevaban habitando desde siempre  junto a las ruinas de aquella ciudad  mítica y marítima que, tras la independencia del Perú, el  28 de    julio de 1811, había permanecido semienterradas por la  arena, el paso nefasto sangriento de los enfurecidos trujillanos, hasta mi corta estancia misionera en el Valle en tormo al río de Lurín, cuando tomaron fuerza las excavaciones de la zona; eran frecuentes las visitas de algún profanador de tumbas, ofreciendo amuletos de    oro, a bajo precio (yo mismo rechacé estas gangas, por el mero hecho de no caer en algún desaguisado legal, y sabido que mi situación de Sacerdote Misionero no era precisamente adecuado caer en tan desagradable comercio).

Con estos preliminares, superados todos los miedos, reafirmada    la confianza, la joven madre inca, muy emocionada, y con las palabras más sencillas que había oído jamás, (que yo traduzco para todos vosotros), comenzó su legendaria narración:

“LOS ISLOTES DE SAN PEDRO” de Lurín, (Lima, Perú)

“Cuentan mis antepasados que, hace muchísimos años, en este frondoso valle de Lurín, habitaba una  doncella de incomparable belleza natural, hija de unos agricultores incas; un día cruzó por  sus tierras Curinaya Wiracocha, un dios de este sagrado valle; cuando contempló a la joven campesina, bañándose desnuda en  un recodo del río, prendado de tanta singular hermosura, quedó enamorado locamente de ella.

Wiracocha era más bien un ser de costumbres no habituales, iba pobremente vestido y, más que un dios, parecía en extravagante pordiosero, no solo en su andar cotidiano entre las gentes, sino, incluso en las asambleas de los dioses; por lo que era llamado, irónicamente,  “el piojoso”.  

Pasaban semanas y su amor crecía sin cesar; sin embargo no se atrevía a declarar su amor por miedo a ser despreciado por su desagradable aspecto  de harapiento.

Curinaya ya no podía soportar tanta tristeza de amor, y encontró  una fórmula secreta para acceder hasta el máximo amor que un   ser vivo demuestra con el complementario sexual de engendrar  una nuevo ser vivo.

Se convirtió en un pequeño colibrí, depositó su semilla de vida en una flor de cúcuma; cuando la doncella comió ese fruto, se quedó embarazada, ignorando quien podría ser el padre de su hijo.                                                                              

Dio a luz un hermoso bebé en el más cuidadoso de los secretos; pero,  conforme el niño crecía,  le era más difícil seguir ocultando la verdad de lo sucedido; por eso deseaba averiguarlo.

Convocó una reunión de todos los dioses; esperaba que estos le indicaron una forma eficaz; la joven madre, cansada de esperar, puso a su hijo en el suelo, pensando que, por instinto, el niño buscaría a su verdadero padre.

El niño no titubeó un momento; se dirigió decididamente al dios Wilacocha, a quien todos llamaban “el piojoso”.

La madre doncella, sorprendida y avergonzada de su mala suerte, tomó en brazos a su hijo y, llorando desesperada, salió de aquella asamblea de dioses, sin enterarse de la súbita conversión del Curinaya Wilacocha en el joven fuerte y hermoso que era en su realidad divina y humana.

Cuando vio salir de esa forma a la madre abrazada a su hijo, salió en su busca, para que ocuparan y compartieran con él el honor las riquezas y el trono de su reino.

Pero, ya era tarde, sin poder evitarlo, la doncella madre y su hijo saltaban desde el acantilado y eran tragados por las espumosas aguas marinas del gran Océano Pacífico.

En su lugar surgieron, de repente esos dos islotes que entre la espuma se pueden ver allá hoy: los ”Islotes de San Pedro; y esta historia se acabó”.

Mi joven narradora, habiendo advertido que su bebé acab
*aba de morir, había sacado a su niño del poncho, lo mecía entre sus brazos mientras le besaba y bañaba, por última vez, con el agua de sus propias lágrimas, mientras musitaba unas tiernas palabras,   que apenas pude percibir:

“Gracias, hijo, al irte haces desaparecer mi vergüenza  y oprobio.”

Más tarde, alguien me contó que el propio Curinaya Wiracocha, les había convertido en piedra, para inmortalizar su presencia y el  amor (frustrado) que por ellos sentía.                                              
            …….



GLOSA  LEGENDARIA

Desgracia de Wiracocha,
el Curinaya local,
fue la de un amor secreto
a una aldeana graciosa
de pureza virginal
bajo todos los aspectos.

Wiracocha padecía
de una costumbre perversa,
siendo joven, guapo y rico,
un pobretón parecía,
“el piojoso” en la asamblea
era apodado en público.

Locamente enamorado
buscó ganarse el aprecio
de aquella chica tan bella;
depositó, camuflado,
para evitar el desprecio
por parte de la doncella.

En el fruto de la cúrcuma
puso su fértil semilla;
cuando la dulce aldeana,
ignorando su fortuna,
sin temores ni rencillas,
comió, quedó embarazada.

Ocultó aquel embarazo,
hasta que dio a luz su hijo,
orgullosa de ser madre;
pero temiendo el rechazo,
sin protección ni cobijo,
sabría quien era el padre.

En la asamblea, sorprendida,
de los dioses Curinayas;
dejando el niño en el suelo,
confiaba convencida,
que s instinto encontrara
su padre verdadero.

Con paso torpe, inseguro,
con certeza y sin error,
avanzó hasta “el piojoso”;
Wiracocha, sin perjuro,
sin vergüenza y sin temor,
fuerte,, alegre, orgulloso.

Había logrado el sueño
de ser padre, y ser esposo
de un niño, y una doncella;
no advierto que su empeño
iba a romper el reposo
de su locura y torpeza.

La joven, avergonzada
de su suerte y del “piojoso”,
el gran cambio no advirtió,
que el hombre, que la anhelaba,
era válido y hermoso:
tomó a su hijo y salió.

Al ver salir a la joven,
con su hijo común en brazos,
corrió tras ella al momento;
sus propios ojos la ven,
sobre el acantilado
del Océano hambriento.

Llorando y desesperado,
Curinaya Wiracocha,
contempló como la espuma
era su amor sepultado
en las aguas tumultuosas
entre mil gritos y bruma.

Quiso su furia divina
romper todos los poderes
del mar, la tierra y el cielo;
logró, de manera repentina,
cumplir sus propios deberes
de brujo sobre este suelo.

Hizo surgir dos islotes
de piedra, y perpetuar,
sus dos amores, sin fin;
y ellos serán sus lotes
en tiempo y eternidad:
“los Islotes  de Lurín”

He contado esta singular historia legendaria, varias veces, a personas de distinta edad y condición; puedo asegurar que todas ellas se han sentido emocionadas y, más del 50%, no han podido  evitar las lágrimas; sólo me queda una duda; tal emoción se debe a esta leyenda o, más a la tragedia de la recolectora de algodón, víctoma de aquel viejo y nefasto viejo y nefasto “derecho de pernada”; si usted, amable lector, desea manifestar su libre opinión, le quedaré muy agradecido. 

viernes, 5 de agosto de 2016

Publicación Especial. AQC. S/N


ANIVERSARIO de un milagro viviente: 

Gracias a:

- Padre y madre, Ascensión María y Tomás:

por la generosidad y amor, con que me disteis la vida y me guiasteis por el camino de la Fe en Él.

- Isabel,

por ser mi esposa y la madre de nuestros hijos:

- Hijos e hija, Pedro T., Abraham D., Noé J., Elízabeth A.,  Christian B.:

por ser la mejor corona de nuestra vida y el fruto de nuestro amor matrimonial compartido.

- Hermanas y hermanos, Tomás, Francisca, José y Catalina:

porque cuidasteis mis pasos de niño y sois tan comprensivos y buenos conmigo.

- Nieves, Ángeles (padre e hijo), Amparo y Juan:

por compartir conmigo vuestros bienes y riquezas  costeando los estudios de mi humano y divino Sacerdocio.

- Rafael, Antonio, Juan, Pablo, José, Francisco:

por haber sido Artífices, Obispos y Papas, medios voluntarios de mi realidad de Presbítero Casado, con la Plenitud Sacerdotal, a imagen y semejanza de los primeros Apóstoles, elegidos, y misioneros, por Jesucristo.

- Amigos, y fieles a mi anuncio del Evangelio, que os hizo gozosos amantes de Jesús Resucitado.

Los millones de personas, que compartís conmigo la Fe, la Esperanza y el Amor eterno, junto a Él.

GRACIAS A TOD@S, ell@s y vosotr@s .

……
>>>>>>>>>>>> 6/VIII-10/IX/2016 <<<<<<<<<<<<
 ¡¡¡ Feliz descanso de verano, tan merecido !!!
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P.D.:
Nos veremos de nuevo, si queréis, a primeros de septiembre.
Gracias a Tod@s, por su atención a la publicación:
“A QUIEN CORRESPONDA”
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martes, 2 de agosto de 2016

Diálogos en el Vaticano, 63. AQC. 945.



El tipo bohemio es el más abundante y suele ser el más bullanguero, alegre, sutil y divertido; grupos de jóvenes de ambos sexos oyen su música preferida, bailan todos los ritmos y beben cervezas y refrescos sin parar.

Traté de tomar algo de comida ligera suministrada por los vividores de siempre; no era fácil aburrirse porque la gente no paraba de ofrecerte las variadas y abundantes chucherías y recuerdos inútiles que uno tiende a no comprar; no pude evitar  a un dibujante pegajoso y pesado, que acabó por hacerme un “retrato a carboncillo y lápiz, con su marco metálico que he conservado hasta ahora.

Pronto empezaron a cruzarse chicas ligeras de ropa que te invitaban sin reparo  entre actitudes desvergonzadas y atrevidas que se convertían en huidas rápidas y ganas de desaparecer de lo que, conforme trascurrían las horas, se tornaba y se iba convirtiendo en un burdel público y soez; cuando pasas las horas en grupo, este se convierte en un maravilloso aliado y protector; como estaba solo, me movía de un lado para otro, despistado, hasta que, no aguantando más, me dio un sueño tan tonto y progresivo, me fui alejando de la Plaza.

Eran sobre las cinco de la madrugada; llegué al Hesperia y me acosté a dormir como un lirón.

Dormí hasta las doce del medio día y, después de darme una reparadora ducha, fui a tomar un desayuno/comida en un restaurante de la Plaza del Quirinal; por la tarde visité los bosques y jardines del Palacio presidencial durante las dos horas que lo dejaban abierto al público; merece la pena pasear bajo los pinos centenarios y sus abundantes praderas, viendo flores y fuentes por todas partes.

Por la tarde/noche tomé una cena más ligera y me acosté para estar a gusto en la Misa Papal y Cardenalicia del Domingo, 24/05/76.
…….-

“¡Era mi día soñado!- Como ustedes recuerdan – para lograr mi ENCIENTRO  personal con el Papa Paulo VI.

Cada uno  podemos hacer una larga lista de días  concretos en que el transcurso normal de nuestra existencia han significado algo grande para nuestra vida, algo que marca hitos de felicidad, buena suerte, meta lograda o inicio de una muy nueva etapa; también nuestra vida está marcada de días aciagos, en que todo sale mal, una desgracia, la pérdida de alguien o algo muy válido y querido en nuestro cotidiano vivir.

Había una circunstancia curiosa, porque al llegar de los primeros al abrir las puertas de la Basílica, me había colocado justo detrás de los sitiales que con antelación se habían reservados a los nuevos Cardenales; me había sentado al lado del entonces Presidente (y dictador) de Uganda (recientemente independizada – 27/febrero/76-)  el Mariscal Idi Amín Dada, su esposa y su  familia, asistentes a la creación de su compatriota Emmanuel Kiwuanuka Naubuga, Arzobispo de Campala, como nuevo Cardenal.

Cuando estos hermanos grandes y negros como el carbón, me vieron llorar, no sabiendo el motivo de mis lágrimas, se interesaron por mi, hasta que la señora de Amín dijo:

“ l`emotion toi “ ¿non?”

 “Uì, madame, uì” – le respondí- merci beaucoup”.
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No pude permanecer en cama a partir de las siete de la mañana; me levanté con prontitud, me duché y vestí con traje clerical, tomé mi cámara de fotos  y mi tiquet de Entrada, la “Biblia de Jerusalén”, editada en 1966 por Nácar-Colunga y el libro de participación en la Misa con  la Ceremonia de la entrega del Birrete a los nuevos Cardenales.
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