Cuando
en la primera infancia
escuchamos a
mamá
pronunciar
su santo nombre,
balbuceamos
entre babas
el primer
grito del hombre:
“Abba” mama,
“Abba”.
Se
enciende nuestra mirada
en la
infinitud del cielo,
y las
estrellas alumbran
la oscuridad
del cerebro,
como
ventanas abiertas
al fondo del
firmamento.
“Abba,Abba,
Pater, Abba”
sólo se
llamarte así.
No me
ocultes tu mirada.
Quiero
llenarme de Ti.
“Abba,
Pater, Abba, Pater”.
“Abba, Abba,
Abba, Abba”
“Abba”
llamamos al pan,
“Abba”
queremos decir:
dame teta,
dame más.
“Abba”, yo
quiero vivir.
“Abba” llamamos al agua.
Dame más
agua, mamá.
Mi refugio
son tus brazos;
y tus labios
son el Verbo
que traspasa
mi existencia.
Tus Palabras
son los lazos
que amarran
mi pensamiento,
dándome la
resistencia.
El
mundo de las palabras
que llenan
las bibliotecas;
los
discursos de los hombres
que a sus
hermanos inquietan;
los inventos
y las ciencias,
sin Ti son
humo… tristeza.
El niño
aquel de la aldea,
que se
empeñaba en meter
todo el agua
de los mares
en un hoyito
de arena!!!
“¡Deja ya de hacer locuras!
”Vas a
perder la cabeza”!
“¿Usted me
llama a mí loco,
dándose
tanto postín?
¡Pobre
tontito que intenta
en su testa
de serrín
meter de
Dios la grandeza!
¡parece
usted San Agustín!”
Si
no soy capaz de ver
de un átomo
lo complejo,
la
inmensidad de un microbio,
el misterio
de una piedra,
la belleza
de una flor
ni mi
respeto a un cigoto!
“ABBA,
PATER, ABBA, ABBA”
No hay comentarios:
Publicar un comentario