4.- Lo
que viví de adulto
Durante
los años de ejercicio sacerdotal en tantos lugares del
mundo,
tuve que servir de soporte espiritual de muchos seres
humanos,
adultos, jóvenes e infantes y de ambos sexos, heridos
de
muerte por accidentes, ancianidad o por duras enfermedades
terminales
y/o víctimas de estupefacientes,
de la droga o del
alcohol.
Ellos
sentían el calor de mis manos, aliviando su frío vital al
apretar
con sus débiles fuerzas mis manos en ese trance final
de
su existencia, como también el alivio intimo de su alma a
punto
de abandonar la frágil materia del cuerpo humano.
Esa
experiencia, larga y aleccionadora, me enseñó a portarme
con
equilibrio, serenidad y amor sin límites ante las personas,
agonizantes
y sus familiares, que en esos precisos momentos,
tanto
lo necesitan.
Hay
extremos en este escabroso tema, que no debemos obviar
si
de verdad deseamos llegar a conclusiones válidas y útiles en
el
desarrollo y madurez de nuestra personalidad completa.
Muchos
de nuestros/as semejantes, sienten un cierto miedo al
tratar
de abordar estas situaciones; he oído decir a más de uno/a
que
no pueden soportar el “yuyo” psicológico que les produce.
He
asistido a miles de personas enfermas terminales, jóvenes,
ancianos
y niños, cuya actitud, siendo similar en lo esencial, es
totalmente
diferente en cada uno de ellos.
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