lunes, 28 de mayo de 2012

COMPARTIMOS VIDA Y MUERTE, XIV

Una actriz “con tablas”,  3
“Mire, cuando alguna de las ancianas se pone muy malita, llaman al padrecito, les confiesan y además les traen la Comunión, las ungen no sé con qué, y les ayudan a morir en paz.”
Uno podría pensar que esas costumbres de ayudar  a morir son frecuentes, comunes, aunque distintas en cada grupo cultural.
No es el momento de recordar ni repetir dichas costumbres,, pues corremos el riesgo de ofender sensibilidades de personas reales, que, creyentes o no, tienen sus propias ideas, al margen de las nuestras, cualquiera que estas sean,  y, que para ellos/as, son tan o más válidas que cuantas les podamos sugerir; guardamos silencio sobre ello, por puro respeto y amor universal a todo ser humano, incluidas sus ideas y demás creencias naturales y/o religiosas.
Ahora me corresponde decir en conciencia que aquella artista de otros momentos de actividad artística, manifestó el deseo expreso de “morir en paz” ( como lo expresó ella), abrió de par en par su corazón, su memoria y su conciencia, y... aquí está el motivo de  mi siguiente silencio: no puedo ni debo declarar palabra alguna y menos si son pecados manifiestos, por mi lengua está sellada por un secreto profesional que en mi caso, como de cualquier otro Sacerdote católico o cristiano, se denomina con  el nombre de “SIGILO SACRAMENTAL, por  el que “hay que dar  la propia vida  antes de manifestar ni una sola palabra de las escuchadas en
Confesión.” Dicho y subrayado queda. Secreto de sumo valor.
Mis visitas se repitieron dos veces por semana; tuvimos ocasión de verle a ella cantar y a, las que podían, bailar al ritmo de sus canciones.
Fue una experiencia de gran influencia general, pues muchas de las ochenta ancianas que llenaban la sala, se animaron a seguir los pasos espirituales de aquella artista “con tablas” que descubrió por ella misma la grandeza humana de saber , a pesar de los malos pensamientos, palabras y hechos, “VIVIR Y MORIR EN PAZ”
Pasaron tres semanas; su salud se quebrantó en días; sufría grandes dolores y molestias, hasta el punto de aplicarle un fuerte somnífero, para aplacar su fuerte sufrimiento físico.
Cuando se acercó la enfermera, en presencia de un médico, se dio cuenta y preguntó:
“¿Para qué es esa inyección”?
“Es un aéelgesico, para que no sufras tanto”- le dijo.
Celinda, para los amigos, dijo:
“No me quiten los dolores; es el único medio que yo tengo para purificar mi alma, tan manchada por los pecados que he cometido durante mi vida”.
Yo seguí a su lado durante la tarde, toda la noche y hasta las once de la mañana; a dicha hora, apretando mi mano con fuerza nos dijo: creo que ha llegado la hora; perdón por todo; hizo un gesto con la mano, como queriendo decirnos  “adiós” y, enseguida, nos dimos cuenta de que había fallecido.

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