Una actriz “con tablas”, 3
“Mire, cuando alguna de las
ancianas se pone muy malita, llaman al padrecito, les confiesan y además les
traen la Comunión, las ungen no sé con qué, y les ayudan a morir en paz.”
Uno podría pensar que esas
costumbres de ayudar a morir son
frecuentes, comunes, aunque distintas en cada grupo cultural.
No es el momento de recordar
ni repetir dichas costumbres,, pues corremos el riesgo de ofender
sensibilidades de personas reales, que, creyentes o no, tienen sus propias ideas, al margen de las nuestras, cualquiera que estas sean, y, que para ellos/as, son tan o más
válidas que cuantas les podamos sugerir; guardamos silencio sobre ello, por
puro respeto y amor universal a todo ser humano, incluidas sus ideas y demás creencias naturales y/o religiosas.
Ahora me corresponde decir en
conciencia que aquella artista de otros momentos de actividad artística,
manifestó el deseo expreso de “morir en paz” ( como lo expresó ella), abrió de
par en par su corazón, su memoria y su conciencia, y... aquí está el motivo
de mi siguiente silencio: no puedo
ni debo declarar palabra alguna y menos si son pecados
manifiestos, por mi lengua está sellada por un secreto profesional que en mi
caso, como de cualquier otro Sacerdote católico o cristiano, se denomina
con el nombre de “SIGILO
SACRAMENTAL, por el que “hay que
dar la propia vida antes de manifestar ni una sola palabra
de las escuchadas en
Confesión.” Dicho y subrayado
queda. Secreto de sumo valor.
Mis visitas se repitieron dos
veces por semana; tuvimos ocasión de verle a ella cantar y a, las que podían,
bailar al ritmo de sus canciones.
Fue una experiencia de gran
influencia general, pues muchas de las ochenta ancianas que llenaban la sala,
se animaron a seguir los pasos espirituales de aquella artista “con tablas” que
descubrió por ella misma la grandeza humana de saber , a pesar de los malos
pensamientos, palabras y hechos, “VIVIR Y MORIR EN PAZ”
Pasaron
tres semanas; su salud se quebrantó en días; sufría grandes dolores y
molestias, hasta el punto de aplicarle un fuerte
somnífero, para aplacar su fuerte sufrimiento físico.
Cuando se acercó la
enfermera, en presencia de un médico, se dio cuenta y preguntó:
“¿Para qué es esa inyección”?
“Es un aéelgesico, para que
no sufras tanto”- le dijo.
Celinda, para los amigos,
dijo:
“No me quiten los dolores; es
el único medio que yo tengo para purificar mi alma,
tan manchada por los pecados que he cometido durante mi vida”.
Yo seguí a su lado durante la
tarde, toda la noche y hasta las once de la mañana; a dicha hora, apretando mi
mano con fuerza nos dijo: creo que ha llegado la hora; perdón por todo; hizo un
gesto con la mano, como queriendo decirnos “adiós” y, enseguida, nos dimos cuenta de que había
fallecido.
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