Empezamos a andar por sus calles contemplando sus casitas alineadas, habitáculo de sus antiguos agricultores, ganaderos y atentos guardianes de sus innumerables terrazas cultivadas, sus llamas y vicuñas pactando entre rocas, sus dependencias reales, canalizaciones de riego y todo inundado del aliento luminoso de su Ini “padre dios” dándoles su protección desde la cima del lejano cielo y el calor y arrullo amoroso de la mama tierra.
Te hace
sentir la presencia misteriosa de miles de almas vivas deambulando a tu lado,
alegres y felices de haber visto y encontrado el lugar propicio de su gloria y
descanso eternos.
Así llegamos
al altar del sacrificio y ofrendas.
Es un gran
bloque de piedra rectangular tallada de aproximadas medidas de 3 ms. de largo
por 1´30 de alto y 1 m. de ancho, situada en un lugar protegido por detrás y sus lados con paredes de
la roca natural cortada “in sito” a propósito.
El altar
tiene en la parte central una
mancha roja que por las partes delantera y trasera llegaba hasta el suelo en el
que se prolongaba hasta llegar a un pequeño canal que seguía su curso
descendiente.
Era el resto
petrificado de toda la sangre derramada de aquellas jóvenes doncellas, (las “vírgenes del Sol”) que, en su
tiempo, fueron allí sacrificadas y ofrecidas como reparadoras de los enfados de
los dioses o como compensación para conseguir la benevolencia divina para su
salud o sus cosechas.
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