viernes, 4 de mayo de 2012

"MACHU PICHU Y EL CIELO", 12

          Tocando las huellas de los incas.

Empezamos a andar por sus calles contemplando sus casitas alineadas, habitáculo de sus antiguos agricultores, ganaderos y atentos guardianes de sus innumerables terrazas  cultivadas, sus llamas y vicuñas pactando entre rocas, sus dependencias reales, canalizaciones de riego y todo inundado del aliento luminoso de su Ini “padre dios”  dándoles su protección desde la cima del lejano cielo y el calor y arrullo amoroso de la mama tierra.

Te hace sentir la presencia misteriosa de miles de almas vivas deambulando a tu lado, alegres y felices de haber visto y encontrado el lugar propicio de su gloria y descanso eternos.

Así llegamos al altar del sacrificio y ofrendas.

Es un gran bloque de piedra rectangular tallada de aproximadas medidas de 3 ms. de largo por 1´30 de alto y 1 m. de ancho, situada en un lugar protegido  por detrás y sus lados con paredes de la roca natural cortada “in sito” a propósito.

El altar tiene  en la parte central una mancha roja que por las partes delantera y trasera llegaba hasta el suelo en el que se prolongaba hasta llegar a un pequeño canal que seguía su curso descendiente.

Era el resto petrificado de toda la sangre derramada de aquellas  jóvenes doncellas, (las “vírgenes del Sol”) que, en su tiempo, fueron allí sacrificadas y ofrecidas como reparadoras de los enfados de los dioses o como compensación para conseguir la benevolencia divina para su salud o sus cosechas.

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