miércoles, 2 de mayo de 2012

FRAGMENTOS DE "TODA UNA VIDA, 18

Llegada a Perú

En el aeropuerto de Lima, me recibió mi antiguo Rector y Padre espiritual al tiempo que Profesor de Teología Moral que él impartía en la Facultad Gregoriana de Roma, Pontificia Javeriana de Bogotá y  la de Cartuja en Granada; su talante andaluz de  la misma Alpujarra, nacido en Mecina Fondales; su recio carácter y su físico atlético, unido a su amabilidad y fortaleza espiritual, hacían de él el Maestro de vida que cualquier persona desea encontrar.

No se asustaba de nada; te oía siempre con sosiego y cuando terminabas de exponer tus razones, él intervenía sin ambages ni rodeos, en sus consejos sin titubeos, había siempre una puerta de escape para garantizar así la libertad de seguirlos o rechazarlos.

Hay un dicho que marca la vida de cualquier buen hijo da San Ignacio de Loyola: 
 “ad maiorem gloriam Dei”="a la mayor gloria de Dios"; para él esas palabras no eran solo un lema, eran su vida misma personalizada en ellas.. 

En la relación formativa, moral y apostólica que nos unía había un mutuo desinterés humano, por lo que el mutuo respeto y admiración no les dejaba espacio de egoísmo, ni siquiera existía la idea de sacar provecho alguno en sus vidas, humanas y religiosas.

En la realidad humana eclesial también existe, desgraciadamente, el oportunismo, el ascenso, la prosperidad del enchufe y la medranza en cargos y prebendas.

Todo esto estaba superado por la experiencia de un religioso maduro y santo, como era el P. Ulpiano López, que ya venía de vuelta de todo, y mi actitud de un joven misionero vocacional que desde muy niño era consciente de lo que deseaba en la vida. 

Tenían que acontecer ciertas cosas, para que ambos nos  convencieramos   de que el deseo que teníamos  de servir a Dios y a las almas, era el mismo; en eso  la coincidencia era palpable; la diferencia estaba en el camino por el que deberíamos andar cada uno de nosotros:













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