Ver un cóndor a tu lado.
Ya más
tranquilos, nos sentamos y pudimos ver
y comprobar que el efecto de movimiento y la extraña inclinación que
habíamos visto a los pies del
Machu Pichu, tenía una explicación natural y lógica.
Mientras
estábamos sentados en aquella vital atalaya que nos ayudaba a visionar,
embobados por tanta y tan
excepcional hermosura y bekkeza paisajística, la magnitud y extensión de montañas y selva
casi infinita:
Unas nubes
trasparentes y blancas se formaron sobre el valle, moviéndose en torno a
nosotros, pero en una escala inferior a nuestro plano, y ahora sí, daba la
impresión de que ambos “Montes Sagrados” se estaban moviendo bajo nuestros pies.
¿Era un
efecto óptico de lo más natural del mundo físico?
Sobre este
relato del Wayna Pichu volveremos a hablar en un futuro próximo.
Intentamos
“bajar de las nubes”; no resultaba nada fácil; la inclinación del terreno no
nos permitía el descenso de frente, pues nos parecía caer de bruces hacia
adelante.
Tuvimos que
bajar de espaldas y asiéndonos de las plantas. Un poco ridículo, pero sí con
seguridad.
Cruzamos de
nuevo toda la solitaria ciudadela; la gente visitante estaba ya en el Parador
para tomar la comida.
Deambulando
por las diferentes y verdes rutas,
terrazas de cultivos, hasta dar con algo que llamó nuestra atención una especie
de parcela o bancal plantado de fresas; unas matas más altas de lo
acostumbrado, de casi un metro de altura y con unas fresas del tamaño de un
limón amarillo.
Después
de horas tan moviditas y un hambre
atroz, nos llenamos hasta arriba,
hasta no poder más.
Me he
acordado ahora, en este momento, otra experiencia vivida allí; estaba cogiendo y comiendo fresas, y me llamó
la atención un formidable animal con brillante plumaje posado en una gran “guasca” (roca) justo al otro lado del fresal; seguro
que estaba allí por el mismo motivo que nosotros, las riquísimas fresas; un
bello cóndor real y de una belleza singular, majestuoso y sublime como los
Andes que ellos ven y gozan, recreándose, desde el cielo de sus vuelos: este
era de verdad, y yo lo estaba mirando sin parpadear, mientras él me miraba con
esos ojazos grandes y burlones con que las aves miran moviendo la cabeza y
parecen decir:
“tranquilo,
tu no tienes alas... y yo sí.”
Durante mi
ya larga vida he podido ver muchos más; pero en puro vuelo a
distancia, en fotos, disecados y
en películas.
Estaba allí, ... ¡a menos de cuatro metros de mi!
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