viernes, 11 de mayo de 2012

"MACHU PICHU Y EL CIELO" 15


Ver un cóndor a tu lado.
Ya más tranquilos, nos sentamos y pudimos ver  y comprobar que el efecto de movimiento y la extraña inclinación que habíamos visto  a los pies del Machu Pichu, tenía una explicación natural y lógica.

Mientras estábamos sentados en aquella vital atalaya que nos ayudaba a visionar, embobados por tanta  y tan excepcional hermosura y bekkeza paisajística, la magnitud y extensión de montañas y selva casi infinita:

Unas nubes trasparentes y blancas se formaron sobre el valle, moviéndose en torno a nosotros, pero en una escala inferior a nuestro plano, y ahora sí, daba la impresión de que ambos “Montes Sagrados” se estaban moviendo bajo nuestros pies.

¿Era un efecto óptico de lo más natural del mundo físico?

Sobre este relato del Wayna Pichu volveremos a hablar en un futuro próximo.

Intentamos “bajar de las nubes”; no resultaba nada fácil; la inclinación del terreno no nos permitía el descenso de frente, pues nos parecía caer de bruces hacia adelante.

Tuvimos que bajar de espaldas y asiéndonos de las plantas. Un poco ridículo, pero sí con seguridad.

Cruzamos de nuevo toda la solitaria ciudadela; la gente visitante estaba ya en el Parador para tomar la comida.

Deambulando por las diferentes  y verdes rutas, terrazas de cultivos, hasta dar con algo que llamó nuestra atención una especie de parcela o bancal plantado de fresas; unas matas más altas de lo acostumbrado, de casi un metro de altura y con unas fresas del tamaño de un limón amarillo.

Después de  horas tan moviditas y un hambre atroz, nos llenamos  hasta arriba, hasta no poder más.


Me he acordado ahora, en este momento, otra experiencia vivida allí; estaba  cogiendo y comiendo fresas, y me llamó la atención un formidable animal con brillante plumaje posado  en una  gran “guasca” (roca) justo al otro lado del fresal; seguro que estaba allí por el mismo motivo que nosotros, las riquísimas fresas; un bello cóndor real y de una belleza singular, majestuoso y sublime como los Andes que ellos ven y gozan, recreándose, desde el cielo de sus vuelos: este era de verdad, y yo lo estaba mirando sin parpadear, mientras él me miraba con esos ojazos grandes y burlones con que las aves miran moviendo la cabeza y parecen decir:

“tranquilo, tu no tienes alas... y yo sí.”

Durante mi ya larga vida he podido ver muchos más; pero en puro vuelo a distancia, en  fotos, disecados y en películas.

Estaba allí, ... ¡a menos de cuatro metros de mi!

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