domingo, 27 de mayo de 2012

MACHU PICHU Y EL CIELO, 19


Besando los piés del Machu y Waina Pichu.

No faltaba la alegría y buen humor mientras hacíamos el trayecto, según Hugo,  más difícil por la necesidad de tener que hacerlo a pie. 
Las ocurrencias eran constantes.
Manifesté mi preocupación por la posibilidad de encontrar algunos mosquitos de picadura mortal,  arañas u otros bichos y alimañas; Hugo aclaró que eso ocurre más en otras zonas cercanas a lagunas y tierras pantanosas.
Decía que él, haciendo esta ruta,  jamás había visto  ocurrir algo digno de teme; nos pidió que nunca dejáramos el grupo; que nadie se separara sin avisarle previamente.
Los peligros estaban en la forma de proceder de cada uno de nosotros.
Al cabo de algo más de dos horas, vimos las canoas en un recodo del río; fue un contento general, pues terminaba la caimnata.
Al lado brotaba un manantial de aguas purísimas que saciaron nuestra sed y nos ayudaron a tomar la primera comida del viaje; esta consistía en tamales, mazorcas cocidas, trozos de carne, supuestamente de llama o vicuña y hermosas frutas de la selva.
Empezaba una etapa nueva para la mayoría de los alegres aventureros.
Subimos a las dos canoas de la expedición.
Las mujeres que montaron con sus parejas en una de las canoas, y los solitarios montamos la segunda canoa.
Al principio va uno con “los huevos de corbata”; al pasar las horas terminas remando como todos.
En la medida que se avanza, va creciendo el caudal del río,  los árboles salvajes se van convirtiendo en gigantes y sus ramas invaden las orillas.
Y tienes la impresión de que no hay tierra, todo son árboles y agua.
 Comienzas a creer que estar perdido.
Ahora nuestro guía tenía que decirnos la verdad final de la visita a los indígenas.
“De visita, nada”;  -nos dijo-; ya   que todos nosotros veremos a las personas indígenas, tal y como viven al natural,; pero ni ellos podrán vernos ni nosotros podremos hablar con ellos".
“Cuando estemos cerca, (si es que aún es  de día), tenemos   que esperar hasta que anochezca; cuando  veamos que se han retirado a dormir, avanzaremos, todos en silencio, y nos colocaremos en las propias canoas, debajo de los árboles y la maleza, justo en frente a las cabañas de los indígenas; allí “quietecitos” y en total y “religioso silencio” debemos esperar hasta la  hora del amanecer."
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