Besando los piés del Machu y Waina Pichu.
No faltaba
la alegría y buen humor mientras hacíamos el trayecto, según Hugo, más difícil por la necesidad de tener
que hacerlo a pie.
Las
ocurrencias eran constantes.
Manifesté mi
preocupación por la posibilidad de encontrar algunos mosquitos de picadura
mortal, arañas u otros bichos y
alimañas; Hugo aclaró que eso ocurre más en otras zonas cercanas a lagunas y
tierras pantanosas.
Decía que
él, haciendo esta ruta, jamás
había visto ocurrir algo digno de
teme; nos pidió
que nunca dejáramos el grupo; que nadie se separara sin avisarle previamente.
Los peligros estaban en la forma de
proceder de cada uno de nosotros.
Al cabo de
algo más de dos horas, vimos las
canoas en un recodo del río; fue un contento general, pues terminaba la
caimnata.
Al lado
brotaba un manantial de aguas purísimas que saciaron nuestra sed y nos ayudaron
a tomar la primera comida del viaje; esta consistía en tamales, mazorcas
cocidas, trozos de carne, supuestamente de llama o vicuña y hermosas frutas de
la selva.
Empezaba una etapa nueva para la mayoría de los alegres aventureros.
Subimos a
las dos canoas de la expedición.
Las mujeres
que montaron con sus parejas en una de las canoas, y los solitarios montamos la
segunda canoa.
Al principio
va uno con “los huevos de corbata”; al pasar las horas terminas remando como
todos.
En la medida
que se avanza, va creciendo el caudal del río, los árboles salvajes se van convirtiendo en gigantes y sus
ramas invaden las orillas.
Y tienes la
impresión de que no hay tierra, todo son árboles y agua.
Comienzas a creer que estar perdido.
Ahora
nuestro guía tenía que decirnos la verdad final de la visita a los indígenas.
“De visita,
nada”; -nos dijo-; ya que todos nosotros veremos a las personas indígenas, tal y como viven al natural,; pero ni ellos podrán vernos ni nosotros podremos hablar con
ellos".
“Cuando
estemos cerca, (si es que aún es
de día), tenemos que
esperar hasta que anochezca; cuando
veamos que se han retirado a dormir, avanzaremos, todos en silencio, y
nos colocaremos en las propias canoas, debajo de los árboles y la maleza, justo
en frente a las cabañas de los indígenas; allí “quietecitos” y en total y
“religioso silencio” debemos esperar hasta la hora del amanecer."
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