Los médicos que le atendían,
dejaron evidente constancia de que la señora no estaba todavía para morir; duraría algún tiempo, pero no
antes de dos meses, como mínimo.
A los cuatro días, volví a visitar
aquella sala; saludé a todas las personas situadas en las camas justo al frente
en las que ocupaba la que me cruzó la cara con su mano; cuando regresaba hacia
la salida, me dirigí a todas diciendo:
“mañana volveré para atender
a las de esta parte de la sala; ¡buenos días a todas, y hasta que nos veamos
mañana!”
Al siguiente día, entré al
recinto, fui hasta el final, saludé a una por una, comentando y con sonrisas
para todas; al llegar a Celinda (así se llamaba), hice el ademán de pasar de
largo...
“¡Oiga, padrecito, que se
olvida de mí! ¡yo también soy persona!!
“¡Ah, perdone, creía que no
quería saber nada de mí!, perdone; “ahorita”
vuelvo!”
Tras de haber terminado de
atender a la señora de al lado, volví a Celinda,
y antes de que yo dijera palabra, Celinda se adelantó:
y antes de que yo dijera palabra, Celinda se adelantó:
“Qué vergüenza; me han dicho
mis vecinas que es usted un buen padrecito, y...yo sin saberlo; ¿podrá perdonar
la bofetada que le di? ¡qué tonta yo!”
“Mi buena Celinda: ya le
perdoné; yo ni me enteré de la bofetada, usted lo ha soñado; olvídese de ello y
viva con alegría el resto de sus días; usted tiene aún mucha vida por delante;
quiero verla y oírla vestida tan bonita
con sus trajes de artista”
con sus trajes de artista”
Nos hicimos muy amigos y ella
me contó muchas de sus
hazañas de artiz, y...me explicó:
hazañas de artiz, y...me explicó:
¡”También actué en el
teatro!...representé a grandes mujeres de la historia...y entre ellas
representé a...
¡ vaya, se me ha
olvidado!...luego, cuando recuerde se lo digo”
Pasaron varias semanas; Cella
volvió a cantar, pero no a bailar, pues sus piernas ya no le obedecía, tal como
ella solía decir.
Un día me dijo:
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