domingo, 6 de mayo de 2012

HISTORIAS NOVELADAS", III

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La niña le hizo comprender que efectivamente ella no era una chica normal, pero que le iba a proteger y no le abandonaría en ese viaje tan largo que deseaba hacer, aunque de vez en cuando ella desaparecería de su presencia para evitar males mayores.

Filos no entendió lo que significaban aquellas lindas palabras, pero sintió gran alivio de las penas y sufrimiento, hambre y frío, soledad y escasez de todo desde la simple ropa de vestir hasta el consuelo de una madre, que él había perdido para siempre.

Siguieron caminando por una de esas rutas incas, que son las mismas que recorrían los portadores y correos reales con sus quipus cargados de mensajes escritos a base de nudos sobre cuerdas y cordeles de un punto a otro del antiguo basto Imperio del Tahuantinsuyo (entre Colombia, parte de Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, parte de Argentina y más de la mitad de Chile); rutas que ahora seguían dando utilidad a pastores, ganado, llamas y comerciantes de productos agrícolas.

En uno de estos recodos, Filos advirtió la ausencia de su amiga Laura; se encontró solo, pero tenía la impresión de que ella seguía a su lado.

Siguió caminando, solo, durante tres días, descansando sólo de noche; al despertar una mañana, vio sentada a su lado  a Laura, tal y como él la había conocido allá, junto a  la pastorcita Fátima; se alegró mucho y le preguntó enseguida:

“¿Dónde te has metido?
Yo he seguido andando, según  tu me lo indicaste; siempre te he notado a mi lado, pero como no te veía, ...pensé que te habrías ido a casa; por cierto ¿donde vives tú? ¿Qué haces aquí?”

La niña le contó que ella había nacido en Santiago de Chile, el año 1.891.

Filos recordó lo que le había escuchado arriba, en los montes de Puno, y le preguntó:

“¿Has encontrado a tus padres?”

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