I.-Aventuras del pequeño Filos
I,5.- La Nave piramidal.
Legado Filos al Desierto de Nazca,
estando ya estaba oscureciendo, encontró una hendidura producida por las aguas
de lluvia, se acurrucó sobre ella, y, como estaba tan cansado, se quedó dormido
como un trono enseguida.
Sobre las dos de la madrugada, se
despertó por el frío que surge en el desierto conforme el calor solar se esfuma
de la superficie; se paró y, como tantas veces en su corta vida, se lanzó como
una flecha a ras de tierra, y, cuando se hubo auto calentado a fuerza de
carreras, volvió a su “cama de liebre” y se durmió de nuevo.
Cuando más profundo era su sueño, despertó soliviantado por un fuerte ruido extraño
para él; levantó la cabeza y no podía creerse lo que veían sus ojos, abiertos
como los ojos de un “lero”; a unos cuarenta metros había una pirámide más alta
que un chopo.
Filos flipaba; aquello no podía estarle
pasando a él, pobre niño perdido en la puna y ahora en en tierras de Sihúa, pensaba él.
Se abrió uno de los laterales y quedó al
descubierto su interior; pero Filos no le veía el fondo; sólo contemplaba una
gran cantidad de niñas y niños cantando y moviéndose a un ritmo musical melódico y sublime,
quedando petrificado con tanta hermosura ambiental.
No acertaba a creérselo; se pegó una bofetada a sí mismo, porque llegó a pensar que
estaba soñando; pero no, dos figuras muy hermosas humanas y de una estatura
normal salieron de la nave y se dirigieron hacia él; pensó salir huyendo, pero
fue inútil; en segundos estaban a su lado.
“Resultaron no ser tan normales como a mí
me había parecido al principio de verles; eran trasparentes y luminosas; no
andaban con los pies, como nosotros, sino que se deslizaban como suspendidos
por el aire, a unos diez centímetros del suelo.
Cuando estuvieron cerca de mí, ¡me
hicieron un gesto de llamada para que les siguiera!?
.....
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