El "listillo" de siempre.
Al llegar al
hall del hotel, puse sobre la mesa central mi rojizo trofeo de sabrosas fresas
recién cortadas y que portaba
entre unas hojas, también del fresal, que simulaban
una cesta verde.
¡Sabe Dios
cuán feliz me sentía en ese instante;
dar y ofrecer el rico manjar a mis compañeros y amigos de excursión!
Fue uno de esos momentos de sano y
santo orgullo al hacer algo por los demás.
En ese punto
se oyó una voz de no sé donde:
“¡ ah,
sí, son de los fresales del
cementerio de los incas que están enterrados ahí! Son tan hermosas porque se
están alimentando con los restos de los muertos”.
A
continuación se oyó una carcajada
que colectivamente soltaron a un tiempo, tomando como chiste la
ocurrencia de la voz del “gracioso de turno”
José
Antonio y yo nos quedamos más chafados que la cáscara
de un plátano pisoteado.
¡ Qué corte nos pegó< ,y qué vergüenza se siente cuando nos
sucede algo así, y en público!
Dios
y Señor de mi vida, TODO SEA POR TI.
A
continuación, estando en el comedor, una señora se puso de pie y dijo:
“quiero
decir unas palabras en defensa de los dos Sacerdotes que nos acompañan en esta
visita a este lugar sagrado del Machu Picchu; ellos no sabían lo del
cementerio; han obrado con inocencia, y, por lo tanto, quiero pedirles perdón
en el nombre de todo, por la risa y burla de que han sido objeto”.
Yo le di las
gracias por José Antonio y por mi parte:
“al tiempo
de dar a todos nuestro sincero perdón, y no queremos dejar pendiente y sucia
nuestra propia conciencia: todo esto ha sucedido, por culpa nuestra; si no
sabíamos lo del cementerio, la culpa no la tiene nadie, sino nuestra, por
habernos despistado del gran grupo, para subir a la cima del Machu Picchu,
sin la correspondiente
autorización para ello. Rogamos las disculpas a los afectados. Muchas gracias a
todos.”
Me
volví a sentir a gusto. ¿Qué menos podía hacer?
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