sábado, 12 de mayo de 2012

"MACHU PICHU Y EL CIELO",16

El "listillo" de siempre.


Al llegar al hall del hotel, puse sobre la mesa central mi rojizo trofeo de sabrosas fresas recién cortadas  y que portaba entre unas hojas, también del fresal, que simulaban una cesta verde.

¡Sabe Dios cuán feliz  me sentía en ese instante; dar y ofrecer el rico manjar a mis compañeros y amigos de excursión!  
Fue uno de esos momentos de sano y santo orgullo al hacer algo por los demás.

En ese punto se oyó una voz de no sé donde:

“¡ ah, sí,  son de los fresales del cementerio de los incas que están enterrados ahí! Son tan hermosas porque se están alimentando con los restos de los muertos”.

A continuación se oyó una carcajada  que colectivamente soltaron a un tiempo, tomando como chiste la ocurrencia de la voz del “gracioso de turno”

José Antonio y yo nos quedamos más chafados que la cáscara de un plátano pisoteado. 
¡ Qué corte nos pegó< ,y  qué vergüenza se siente cuando nos sucede algo así, y en público!

Dios y Señor de mi vida, TODO SEA POR TI.

A continuación, estando en el comedor, una señora se puso de pie y dijo:

“quiero decir unas palabras en defensa de los dos Sacerdotes que nos acompañan en esta visita a este lugar sagrado del Machu Picchu; ellos no sabían lo del cementerio; han obrado con inocencia, y, por lo tanto, quiero pedirles perdón en el nombre de todo, por la risa y burla de que han sido objeto”.

Yo le di las gracias por José Antonio y por mi parte:

“al tiempo de dar a todos nuestro sincero perdón, y no queremos dejar pendiente y sucia nuestra propia conciencia: todo esto ha sucedido, por culpa nuestra; si no sabíamos lo del cementerio, la culpa no la tiene nadie, sino nuestra, por habernos despistado del gran grupo, para subir a la cima del Machu Picchu, sin  la correspondiente autorización para ello. Rogamos las disculpas a los afectados. Muchas gracias a todos.”

Me volví a sentir a gusto. ¿Qué menos podía hacer?

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