jueves, 24 de mayo de 2012

MACHU PICHU Y EL CIELO, 18

En el Altar de las Vírgenes del Sol.

En su favor, y en el mío, tengo que confesar que recibí las mejores atenciones que le están permitidas a un cura en casi todos los rincones de América del Sur, donde a un Sacerdote se le trata como “a un dios”; ya lo había notado en mis trabajos  y contactos realizados en Lima; pero allí fue algo especia; se desvivían por mi, por ser el "padrecito".
En el año 1962 había muchas situaciones que hoy parecen anacrónicas, allí y entonces  no lo eran.
La población de Aguas Calientes era entonces como una cortijada.
Había mucha gente que vivía de la venta de diferentes muy variados y
sencillos recuerdos relacionados con Machu Pichu y sus alrededores; aún no se había despertado la voraz fiebre turística, que existe hoy en cualquier punto de atracción turística del mundo; todo turista está demasiado explotado; allí, cuando yo lo visité, era todo más sencillo.

A las 7 de la mañana, cuando salí a la calle, tomé el desayuno en un chiringuito cercano; todo el mundo sabía lo de la Misa en el famoso altar conocido de la  Ciudadela; había acordado con mi amigo Hugo que la hora más oportuna para celebrar era a las 8,30 a. m., y evitar los momentos en que muy temprano andan por allí las visitas y grupos de turistas organizados.
Como ya estaban todos pendiente del evento religioso, salimos como peregrinos en caravana unas 30 personas; subimos  la dura pendiente cortando por la vereda que ellos ya  han marcados  por la rutina y evitar hacer el ascenso zigzagueando los once kilómetros que marca la vía/ normal para los vehículos de ruedas; a la 1/2 hora ya estábamos junto al altar; pusimos sólo los corporales  sobre el altar cubriendo con ellos sólo la mancha de la sangre petrificada, coloque el cáliz sobre ellos y a continuación me empecé a poner los ornamentos con la idea de iniciar la celebración eucarística, cuando se presentó un vigilante de la Ciudadela y nos dijo:

“todavía no es la hora de visitas, si no tienen el pase correspondiente, no pueden estar aquí”.

El guía le dijo, y,  con él, otras personas presentes:

“Pero, si nosotros no hemos venido a visitar la Ciudadela, que ya  la tenemos muy conocida; hemos venido para acompañar al "padrecito", que va a celebrar la Santa misa”.

El vigilante añadió: “ah, bueno; sigan, sigan”.

El mismo permaneció con nosotros, y algunos le pudieron tranquilizar, explicando que la Misa terminaría antes de la hora de la apertura; que confiara en nosotros.
Tras esta incidencia, y la evidente y amable distracción,   comuniqué a todos que la Misa la íbamos a celebrar por el descano eterno de todas las chicas que habían derramado su sangre sobre este altar, y además,  daríamos gracias a Dios por todas las personas que se dedicaban al mantenimiento  y  conservación de tan venturoso Monumento.

Fueron 35 minutos de oración, devoción y respeto  hacia el lugar tan lleno  de  historias familiares y ancestrales como la magia sagrada que se masticaba en aquel lugar tan grandioso, con todos los ingredientes naturales, humanos y divinos en el marco incomparables  del valle de Urubamaba, que rodea con tanto gusto, primor y solemnidad con que la naturaleza abraza y mima  al Machu Pichu.
Todo fue así;  tan espontáneo como la vida misma; disfruté muchísimo
del lugat, altar, recogimiento sagrado de los asistentes a la ceremonia y
sobre todo, pensaba, que Cristo, presente en aqule altar, estaba tan feliz
como los creyentes de Aguas calientes y yo.

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