Luego,
vinieron las risitas, las envidias, y también las palabras de recriminación por
haber procedido así.
Tras la comida, quedó un tiempo disponible para ir rato a
descansar, andar por los alrededores en plan libre o conversar con los demás.
Fue en esa
hora libre, cuando se me acercó un guía de los que habíamos tenido en el
recorrido por las instalaciones de
la Ciudadela y me propuso un plan tan tentador que no pude rechazar; me dijo
bajito:
“Padrecito,
¿no le gustaría visitar una tribu indígena de las que hay en las orillas del
río Ucayali?
Si lo desea,
yo le puedo llevar.”
Yo le
pregunté,(por pura curiosidad):
“ Cuánto
tiempo se tarda, y cuánto cuesta ese viaje, y cómo se hace el trayecto?”
El hombre me
explicó:
“Primero
bajamos andando, unas dos horas por
los lados del rió del Sol ( Willca Mayu, quería decir); y allí seguimos
en canoa hasta llegar al primero de los poblados; en el VIAJE completose se` tardan dos días y dos noches; el precio, por persona son 100 soles
por la canoa y 100 para el guía y la comida.
¡A que
es barato?...
Solo me
faltan dos personas; si quiere le apunto.”
Me quedé
muy indeciso; ¿queé pintaba yo en plena selva para ver simplemente a un grupo, suponía mal, de
indígenas?
El hombre me
animó:
“Padrecito,
por ser usted el único Sacerdote que va con nosotros, le voy a descontar 50
soles; salimos mañana, antes de medio día”.
Después de una pequeña reflexión, le dije que
sí, con una condición:
“Ya que
valoras el hecho de que voy de cura con vosotros, debes lograr que todos,
libremente ( para evitar que mi condición sonara a chantaje), o algunos,
asistan contigo a una Misa que celebraré en el altar de roca inca de los
sacrificios, al lado de el reloj y
calendario solar”
“¡ vale ,
amigo ¡” – me respondió feliz.
El buen hombre se alegró tanto que me recomendó la pensión en que debería pasar la noche para evitar así el pago del Parador, que era “carísimo” (según él).
Cuando llegó
la hora de retorno bajé con todos en el microbús, pero no tomé el tren rumbo al Cuzco, por razones obvias; ya en la estación de
ferrocarril de Aguas Calientes, yo me dirigí a la pensión que me recomendaba el
amigo Hugo, y que resultó ser de un familiar suyo (como ocurre casi siempre).
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