lunes, 21 de mayo de 2012

MACHU PICHU Y EL CIELO, 17

Una oferta tentadora.

Luego, vinieron las risitas, las envidias, y también las palabras de recriminación por haber procedido así.
Tras la comida, quedó un tiempo disponible para ir rato a descansar, andar por los alrededores en plan libre o conversar con los demás.

Fue en esa hora libre, cuando se me acercó un guía de los que habíamos tenido en el recorrido  por las instalaciones de la Ciudadela y me propuso un plan tan tentador que no pude rechazar; me dijo bajito:

“Padrecito, ¿no le gustaría visitar una tribu indígena de las que hay en las orillas del río Ucayali?
 Si lo desea, yo le puedo llevar.”
 Yo le pregunté,(por pura curiosidad):
“ Cuánto tiempo se tarda, y cuánto cuesta ese viaje, y cómo se hace el trayecto?”
El hombre me explicó:

“Primero bajamos andando, unas dos horas por  los lados del rió del Sol ( Willca Mayu, quería decir); y allí seguimos en canoa hasta llegar al primero de los poblados; en el VIAJE  completose se` tardan  dos días  y dos noches;  el precio, por persona son 100 soles por la canoa y 100 para el guía y la comida.
¡A que es  barato?...
Solo me faltan dos personas; si quiere le apunto.”
Me quedé muy indeciso; ¿queé pintaba yo en plena selva para ver simplemente a un grupo, suponía mal, de indígenas?
El hombre me animó:
“Padrecito, por ser usted el único Sacerdote que va con nosotros, le voy a descontar 50 soles; salimos mañana, antes de  medio día”.
Después de una pequeña reflexión, le dije que sí, con una condición:

“Ya que valoras el hecho de que voy de cura con vosotros, debes lograr que todos, libremente ( para evitar que mi condición sonara a chantaje), o algunos, asistan contigo a una Misa que celebraré en el altar de roca inca de los sacrificios,  al lado de el reloj y calendario solar” 
“¡ vale , amigo ¡” – me respondió feliz.

El buen hombre se alegró tanto que me recomendó la pensión en que debería pasar la noche para evitar así el pago del Parador, que era “carísimo” (según él).
Cuando llegó la hora de retorno  bajé con todos en el microbús, pero no tomé el tren rumbo al  Cuzco, por razones obvias; ya en la estación de ferrocarril de Aguas Calientes, yo me dirigí a la pensión que me recomendaba el amigo Hugo, y que resultó ser de un familiar suyo (como ocurre casi siempre). 
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