Todo resultaba providencial para mi, joven misionero
que me acercaba de forma paulatina
a mi ya querido Perú, al que iba a dedicar el estreno de mi sacerdocio y
mejores años y ganas de servir a las almas.
Cada paso era como los latidos, que se iban
acelerando al ritmo del
acercamiento a esa tierra prometida y que sería el colmo de mis esperanzas
cumplidas y ansias apostólicas.
El trayecto Quito – Lima lo hicimos también con Aire
France; un trayecto tranquilo y agradable.
Los ánimos se habían calmado.
Como colofón de buen servicio nos ofrecieron un menú a
la francesa, en que no faltó el
delicioso
petitsoi, la exquisita
tablita de queso variado puro francés y un solomillo sangrando pero cocido en
su totalidad, cuyo sabor aún permanece en mis papilas, pues jamás he probado
cosa igual; una tarta de queso
fundido con frambuesa, finalizando con una copita de champange y un aromático
café.
Lograron obtener de todos una actitud de perdón por el susto y la gratitud por sus
cocineros y simpatías, con que los pilotos y azafatas nos brindaron al
despedirse de nosotros con oss intercambiados aplausos, cuando aterrizamos en
el aeropuerto del Callao en la Capital del Virreinato Colonial, Lima.
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