jueves, 14 de junio de 2012

RELATOS ANDINOS, II .

Los Andes venezolanos, 1

Ya los había viajado y visto en un avión de Aire France el año 1.962.
Quedé entusiasmado con aquella visión aérea de Agua . Cielo-Selva.
En esta ocasión, un helicóptero, nos trasladó de Caracas a Maracaibo
y sobre volamos más cerca de tierra-agua-selva; había cambiado todo
el paisaje anterior.
Visto más de cerca era una simbiosis perfecta de Cielo-Tierra-Agua;              
los edificios, los puentes, las nubes, tenían el nuevo encanto humano
del progreso, la belleza, el arte y la naturaleza: todo un regalo hecho a
quien tanto lo merece :el hombre y la mujer trabajadores.
Como nuestro objetivo era llegar cuanto antes a los Andes venezolanos,
no pasamos  a más entretenimiento que tomar un turismo que nos llevó
a la Basílica y Santuario de la Virgen de Chiquinquirá; con su protección
y ayuda, otro helicóptero nos acercó sobre terreno propiamente andino
en la ciudad  de Mérida.
Comimos unas ricas arepas entre las variedades existentes y un pollo
“pica pica” delicioso; hicimos un pequeño paseo ilustrativo por esa tan
acogedora población y marchamos hacia la estación del telésferico que
nos aproximaría  al lago del Santo Cristo, entre montañas verdes y rocas
impresionantes; nos adéntrandonos entre bosques hasta topar con un
caserío ,(llamémosle así), donde vivía un grupo de familias, que no
sabíamos distinguir si eran “chibchas, timotes o cuicas; al principio
tuvimos cierta  dificultad  de contactar con ellos; no se fiaban de nosotros.
Estábamos alucinados, porque, puestos a imaginar, reíamos estar viendo
a los descendientes directos de los antiguos pobladores precolombinos,
que habitaron estos parajes hace más de treinta mil años.
Podían ser contemporáneos de los antiguos seres humanos de la edad de
piedra de mi recordado y querido Cerro de Malagón, donde viví 23 años
de  infancia y juventud.; fue “mi terruño,  guardería y la mejor Universidad
de las siete a que he asistido durante mi vida de estudios.
Yo, recordando también las experiencias con mis amigos incas, nativos
y cholos  de mi misión en el Valle Sagrado del San Pedro de Lurín, en el
Perú, me lancé sin miedo y les pedí algo de comer y beber; es algo que
nunca falla a la hora de romper el hielo natural entre desconocidos: si les
pides comida, significa que te fías de ellos, y te responden con la misma
confianza que tu has puesto en ellos..  
Nos quedamos a comer con ellos; tenían una especie de guiso con patatas
y carne que pronto deducimos que era de vicuña; muy agradable.
Terminamos nuestra comida y nos ofrecieron hospedaje, que nosotros
aceptamos con la condición de compensar con nuestro trabajo de cuidar
sus ganados y trabajar sus tierras, tal como ellos nos mandaran, según sus
costumbres nativas.


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