jueves, 14 de junio de 2012

COLOR, BLANCO Y NEGRO, 2

...Continuación:

Cuando volví del Perú fui a visitar el lugar y, acompañado del entonces Sacerdote de la Parroquia de Venta Quemada Don Fernando García Corral, compañero mío desde el Seminario Menor de Guadíx y Mayor de San Torcuato de Granada, celebramos la Santa Misa en la peña superior oeste en la cima del cerro, signo y seña de mi vida humana y sacerdotal. Era el altar de mis sueños. Ya pude experimentar esa sensación al oficiar una Misa en el altar sagrado de las ruinas de Machu-Pichu, algo que hoy en día sería imposible.

El mundo en España tenía ya Televisión en color, pero en mi tierra natal todo seguía siendo en blanco y negro. Mas toda la naturaleza seguía siendo contemplada en directo y en color.

En mi casa el blanco y el negro seguían vigentes en lo artificial, pero guardaban los recuerdos reales del mundo en color tal cual es. Durante mis viajes de muchos miles de kilómetros, había conocido los paraísos del Caribe, los paisajes de esmeralda en torno al Maracaibo, había sobrevolado por las rutas del cóndor sobre el Titicaca y los techos de América de Sur; había visitado sobrecogido las puestas de sol de la Polinesia desde los viejos misteriosos de los Moáis de la Isla de Pascua o Rapanuí ; había vivido entre los muchos araucanos que sobreviven ( a pesar de lo que pensó y escribió nuestro iluso  antepasado Pedro de Valdivia, creyendo que él había eliminado al último aborigen) en las actuales riveras del Mapocho junto a la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile, en la que tuve la suerte de estudiar durante un año de especialización en la divina Ciencia de la Sagrada Teología; había contemplado desde el aire y tocado con mis manos los míticos y gigantescos signos del desierto de Nazca, los ancestros culturales pétreos del mundo andino con sus santuarios incas de Machu Pichu y el basto Imperio del Tahuantinsuyo y vivido durante años en el místico Pachacamác en el Valle Sagrado de san Pedro de Lurín, donde había bautizado, casado , confirmado,  ungido y también bendecido las tumbas de cientos y miles de personas, y había sembrado en todos sus rincones las semillas de la Fe y el Amor de Jesucristo Redentor, Dios eterno hecho Hombre en el tiempo;  predicado como misionero el Evangelio, a toda clase de gentes y personas en el amplio territorio (diez veces la Comunidad de Madrid) en Sierra o costa...
 ... y había vuelto al terruño, al  Cerro Sagrado de mi infancia, testigo durante milenios de los sueños y juegos prehistóricos y contemporáneos de cuantos niños hemos correteado sus faldas, cima y laderas bajo el sol y la lluvia, el estío y las  nieves. 

Viviendo entre los incas indígenas había aprendido la forma como enterraban a sus seres  queridos muertos, al recorrer sus huacas aún conservadas intactas; y así nuestros  antepasados  de “piedra tallada del Malagón” ya habían cuidado la forma de señalizar cada  tumba de sus Necrópolis con  grandes losas de piedra que, pasados miles de años, yo había visto levantar con los arados a los labradores de mi niñez. En algún momento y espacio de mi memoria quedaron almacenados recuerdos infantiles de huesos que allí sacaba el ”tambor” a los que no se prestaba la mínima atención; podrían ser restos de animales irracionales como el “labrador” o racionales como nuestra memoria infantil...




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