Machu Pichu dormía en la oscuridad de la selva y de la noche, envuelto en su hálito de nubecillas, magia y misterio.
Después de
aquella sesión de droga y el cansancio del viaje al corazón de la selva, tras una buena ducha reparadora, dormí
como un bebé recién nacido.
A la
siguiente mañana, sin dar publicidad ni dar a conocer a nadie mi objetivo, tomé
lo necesario y celebré otra Misa en el altar de los sacrificios.
Solamente
asistieron Hugo y su devota esposa,;me acompañaron con gran devoción y porque yo les rogué su compañía, para mo estar solo.
Luego
bajamos a desayunar a casa de su familia en la estación de “Aguas Calientes”.
Los abracé y
bendije a todos, con alegría, agradeciéndoles todo lo buenos que habían sido
conmigo.
Me llevé los
mejores recuerdos que podía haber
soñado en mi visita a Machu Pichu.
Tomé el tren
que me condujo a la ciudad de Cuzco.
Sobre las
doce del medio día, tomé un avión nacional de Aerolíneas Peruanas para
aterrizar en el Aeropuerto de Callao, en Lima.
En un periodo de menos de dos horas
había pisado las rocas encantadas del alto Perú, y las arenas de la playa del
Océano Pacifico limeño.
Un ínterin
de mi vida que ha supuesto toda una etapa de mi visita de quince días qué, con
una excepcional experiencia integral adquirió una dimensión multiplicada por
miles en el cómputo de mi existencia terrenal; tal fue el impacto que me produjo.
Después de
esta etapa cambié el ritmo para ponerme a la órdenes de mi Autoridad
eclesiástica correspondiente.
Quizás algún
día, no muy lejano, volveré sobre este Machu Pichu de ensueño para hacer
consideraciones personales mucho más amplias que las anteriores, teniendo en
cuenta todas las circunstancias y
hechos ocurridos en estos CINCUENTA años, en que jamás olvidé ni olvidaré que
han influido tanto, para bien y para mal, en las tierras y en las gentes de mi
inolvidable y amado Perú.
FIN de
trayecto en el Cielo de los Andes.
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