martes, 5 de junio de 2012

MACHU PICHU Y EL CIELO, XXVI

La señora oficiante ¿Sacerdotisa o Chamán?

“>Ayahuasca< es una palabra quechua que significa literalmente: 
“aya” = muerto y “huasca” =  cuerda, agarradero; es en realidad una liana que se produce en casi  todas las zonas de la amazonía, de cuyas hojas, brazos y raíces se obtiene, después de cocer, una bebida qué, tomada según las indicaciones de un chamán, produce una situación de bienestar muy agradable.  
 La asistencia la a reunión es obligatoria,  por respeto al grupo; pero la participación y el compartir la ceremonia es libre; totalmente libre.
Les va a gustar; estamos seguros”,

Con este preámbulo, se despertó en todos la siempre insidiosa curiosidad: "¡a ver qué pasa"?!
Pasamos a una sala circular de madera, ramas y grandes hojas tropicales, la mínima iluminación era lograda con  más de 50 velones  de colores, encendidos en su mitad, luego nosotros, cada uno a su turno fuimos encendiendo el resto hasta que estuvieron completas las 50 luminarias.
Una vez que todos  estuvimos sentados en el suelo sobre sendos cojinesde granes dimensiones, salió una señora vestida de forma exotérica, se colocó sobre un “pompón” grande revestido de tres tapices de distinto color, colocado en el centro de la sala.
El pompón estaba articulado de manera que la señora iba cambiando de posición, a su antojo, con el fin de dominar la situación y la atención a todos los asistentes.
Comenzó por dar la bienvenida a todos con una gran parsimonia y solemnidad; tenía el aspecto de una gran sacerdotisa.
Salieron seis señoritas vestidas a la usanza de los andes y con penetrantes voces melodiosas cantaron, repitiendo el texto tres veces “Las Vírgenes del Sol”, canción inca muy conocida, pero que allí sonaba de una manera especial.
Fueron unos minutos impresionante; como para cerrar los ojos y dejarse llevar por las alas de las nubes y realizar un viaje astral por los cielos de las cumbres celestiales andinas, como hace el mítico cóndor.
Por el lujo, el elevado nivel teatral, daba la sensación de no estar, como estábamos en plena selva.
Cuando he podido conocer, según la información recibida, supe que mi impresión estaba justificada: Pucalpa es una ciudad de las más importantes del Perú, no sólo por sus habitantes y gran puerto naval, sino también por su situación estratégica y ser la capital de Departamento de todo el Ucayali.
Podríamos pensar que estábamos asistiendo a una representación  de concierto musical con sesión de teatro.

Cuando finalizaron su canción y danza, las seis bellas seoritas, portando cada una su porción, depositaron en una mesita traída al efecto, diversas porciones de unas hojas verdes y trocitos de ¿madera o raíces”? que la señora oficiante, como una sacerdotisa, fue introduciendo en una olla, de gran capacidad, que contenía agua muy caliente e hirviendo; luego comenzó a pronunciar palabras (que debían ser en idioma quéchua, que nadie entendíamos), al parecer rituales, extendiendo ambos brazos y manos, mientras se giraba para que el efecto  llegara a todos, sobre nuestras cabezas, y al mismo tiempo alternaba sus bendiciones sobre la hirviente olla misteriosa.
Todos estábamos sobre cogidos y nadie se atrevía a decir “esta boca es mía”; se podía cortar el silencio en el aire, que reinaba en aquel aposento mágico.
La majestuosa dama hizo una última advertencia con tono intimista y “religiosidad” natural:
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