De MACHU
PÍCHU Y EL CIELO, XXX, a....
FRAGMENTO de
TODA UNA VIDA, 21
Ante la
voluntad de una autoridad religiosa.
Las
Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que eran las almas
generosas que habían sufragado todos los gastos de mi recorrido
por el Cielo de los Andes, que crucé volando sobre un avión de Aerolíneas
Peruanas, como si fuera un cóndor metálico, me recibieron en el Aeropuerto de
Callao, para llevarme de nuevo a su hospitalaria Casa, donde permanecí
varios días.
Fui a
visitar a mi amigo P. Úlpiano, mi
Rector, Profesor, Decano, Director Espiritual, Mentor y Guía de mi vida
apostólica; le conté la fabulosa experiencia vivida en mi viaje por Arequipa,
Puno, el Lago Titicáca, el Altiplano del Colláo, Cuzco, Machu Pichu y la Selva
de la amazonía peruana, imcluída la experiencia de Pucalpa.
El se alegró
mucho de todo y me comunicó los deseos del Cardenal Landázuri, Arzobispo de
Lima y Primado de la la Iglesia Católica en el Perú, de enviarme a realizar un
curso completo de Sagrada Teología y especialidad de Catequesis en la Facultad
Pontificia de la Universidad Católica de Santiago de Chile.
Le manifesté
mis deseos de trabajar ya en la misión que mejor conviniera.
Cuando
advirtió que yo sentía algo de decepción por no empezar ya mi trabajo y acción
apostólica, me dijo con toda naturalidad:
“el Sr. Cardenal
te estima mucho, y ve en ti un pronto futuro Obispo Auxiliar de Lima, lo que te
servirá como preparación para regir una Diócesis en la muy necesitada Iglesia
peruana. Debes ser obediente y aceptar lo que el Sr. Cardenal te va a proponer;
para eso viniste, ¿no?”.
Al día
siguiente, fuimos los dos a ver al Sr. Cardenal Juan Landázuri Riquet; era un hombre alto y fuerte.,
anterior Fraile franciscano, sencillo y majestuoso a la vez.
Se le
advertía un amor sin medida a la Iglesia y, sí, deseaba para el Perú el mejor
futuro pensable, dada la situación tan precaria de Sacerdotes y acción
apostólica frente a la nueva corriente de acercamiento a propuestas y nuevas líneas del
pensamiento materialista, cuyo avance se empezaba a notar en los márgenes
sociales de las Universidades y amplios sectores humanos de las masas populares (pensemos, “a posteriuore”, en lo que vimos después con “sendero luminoso” y otros).
No me dio la
opción de elegir entre empezar ya a trabajar en los quehaceres pastorales de la
Arquidiócesis, como misionero, o viajar en representación del Perú y hacer la
antes dicha especialidad.
El Cardenal
dijo:
“En este
momento todos los Sacerdotes están en sus puestos y ocupados; antes de
encargarle otras tareas, prefiero
que sea usted el que haga esta
especialidad que tanto
necesitamos en nuestra Arquidiócesis y en el Perú; creo que usted es la persona adecuada”.
No le puse
inconveniente alguno;
agradecí la gran confianza que depositaba en mi,
asegurándole que representaría al Perú, a la Iglesia y a su persona lo mejor
que yo pudiera.
El asunto
quedó zanjado.
Para
cualquier Sacerdote, que se siente
tratado así, significa un gran orgullo personal.
La Jerarquía
Católica, dentro del organigrama total de la Iglesia Universal, funciona
así.
Nadie, que conozca bien el mecanismo interno de la Iglesia, cuestiona la necesidad de cambios sustanciales en el comportamiento de las autoridades eclesiásticas; pero su organigrama jerárquico queda bajo el prisma de un orden superior condicionante: la acción e influencia permanente del Espíritu Santo, que asiste a la Iglesia desde su trayectoria inicial hasta el fin de los tiempos; no vale en este caso de relaciones humanas, la aplicación de una efectiva y normal democracia, ni siquiera en el caso de su más alto nivel: la elección de un nuevo Papa, en que no existe campaña ni elecciones universales; hay una representación con la participación de los Cardenales que intervienen y que garantizan la universalidad sin fronteras; pero la auténtica y verdadera garantís está en la acción del Espíritu que asiste a los electores enclaustrados e incomunicados en el Cónclave.
Nadie, que conozca bien el mecanismo interno de la Iglesia, cuestiona la necesidad de cambios sustanciales en el comportamiento de las autoridades eclesiásticas; pero su organigrama jerárquico queda bajo el prisma de un orden superior condicionante: la acción e influencia permanente del Espíritu Santo, que asiste a la Iglesia desde su trayectoria inicial hasta el fin de los tiempos; no vale en este caso de relaciones humanas, la aplicación de una efectiva y normal democracia, ni siquiera en el caso de su más alto nivel: la elección de un nuevo Papa, en que no existe campaña ni elecciones universales; hay una representación con la participación de los Cardenales que intervienen y que garantizan la universalidad sin fronteras; pero la auténtica y verdadera garantís está en la acción del Espíritu que asiste a los electores enclaustrados e incomunicados en el Cónclave.
En esta
línea, yo debía entender que era la voluntad de Dios la que
actuaba en la voluntad de mi interlocutor; y acepté de buen grado.
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