lunes, 11 de junio de 2012

DE MACHU PICHU A FRAGAMENTOS...


De MACHU PÍCHU Y EL CIELO,   XXX,  a....
FRAGMENTO de TODA UNA VIDA, 21

Ante la voluntad de una autoridad religiosa.
Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que eran las almas generosas que habían sufragado todos los gastos de mi recorrido por el Cielo de los Andes, que crucé volando sobre un avión de Aerolíneas Peruanas, como si fuera un cóndor metálico, me recibieron en el Aeropuerto de Callao, para llevarme de nuevo a su hospitalaria Casa, donde permanecí varios  días.
Fui a visitar  a mi amigo P. Úlpiano, mi Rector, Profesor, Decano, Director Espiritual, Mentor y Guía de mi vida apostólica; le conté la fabulosa experiencia vivida en mi viaje por Arequipa, Puno, el Lago Titicáca, el Altiplano del Colláo, Cuzco, Machu Pichu y la Selva de la amazonía peruana, imcluída la experiencia de Pucalpa.
El se alegró mucho de todo y me comunicó los deseos del Cardenal Landázuri, Arzobispo de Lima y Primado de la la Iglesia Católica en el Perú, de enviarme a realizar un curso completo de Sagrada Teología y especialidad de Catequesis en la Facultad Pontificia de la Universidad Católica de Santiago de Chile.
Le manifesté mis deseos de trabajar ya en la misión que mejor conviniera.
Cuando advirtió que yo sentía algo de decepción por no empezar ya mi trabajo y acción apostólica, me dijo con toda naturalidad:

“el Sr. Cardenal te estima mucho, y ve en ti un pronto futuro Obispo Auxiliar de Lima, lo que te servirá como preparación para regir una Diócesis en la muy necesitada Iglesia peruana. Debes ser obediente y aceptar lo que el Sr. Cardenal te va a proponer; para eso viniste,  ¿no?”.

Al día siguiente, fuimos los dos a ver al Sr. Cardenal  Juan Landázuri Riquet; era un hombre alto y fuerte., anterior Fraile franciscano, sencillo y majestuoso a la vez.
Se le advertía un amor sin medida a la Iglesia y, sí, deseaba para el Perú el mejor futuro pensable, dada la situación tan precaria de Sacerdotes y acción apostólica frente a la nueva corriente de acercamiento  a propuestas y nuevas líneas del pensamiento materialista, cuyo avance se empezaba a notar en los márgenes sociales de las Universidades y amplios sectores  humanos de las masas populares (pensemos, a posteriuore”, en lo que vimos después con  “sendero luminoso” y otros).
No me dio la opción de elegir entre empezar ya a trabajar en los quehaceres pastorales de la Arquidiócesis, como misionero, o viajar en representación del Perú y hacer la antes dicha especialidad. 
El Cardenal dijo:
“En este momento todos los Sacerdotes están en sus puestos y ocupados; antes de encargarle otras tareas,  prefiero que sea usted el que haga esta  especialidad que tanto  necesitamos en nuestra Arquidiócesis y en el Perú; creo que usted es la persona adecuada”.
No le puse inconveniente alguno;  agradecí  la gran  confianza que depositaba en mi, asegurándole que representaría al Perú, a la Iglesia y a su persona lo mejor que yo pudiera.
El asunto quedó zanjado.
Para cualquier Sacerdote, que se siente tratado así, significa un gran orgullo personal.
La Jerarquía Católica, dentro del organigrama total de la Iglesia Universal, funciona así. 
Nadie, que conozca bien el mecanismo interno de la Iglesia, cuestiona la necesidad de cambios sustanciales en el comportamiento de las autoridades eclesiásticas; pero su organigrama jerárquico queda bajo el prisma de un orden superior condicionante: la acción e influencia permanente del Espíritu Santo, que asiste a la Iglesia desde su trayectoria inicial hasta el fin de los tiempos; no vale en este caso de relaciones humanas, la aplicación de una efectiva y normal democracia, ni siquiera en el caso de su más alto nivel: la elección de un nuevo Papa, en que no existe campaña ni elecciones universales; hay una representación con la participación de los Cardenales que intervienen y que garantizan la universalidad sin fronteras; pero la auténtica y verdadera garantís está en la acción del Espíritu que asiste a los electores enclaustrados e incomunicados en el Cónclave.
En esta línea, yo debía entender que era la voluntad de Dios la que actuaba en la voluntad de mi interlocutor; y acepté de buen grado.

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