lunes, 30 de abril de 2012

"MACHU PICHU Y EL CIELO", 11


Entrada en la Ciudadela Sagrada:

Al bajar del microbús, todo el mundo se lanza a la baranda de protección para asomarse a un auténtico balcón de lujo abierto al impresionante valle  sagrado de Urubamba.

Un paisaje de ensueño cubierto de vegetación selvática y salvaje que, desde el primer momento, te produce una sensación en la garganta y en el pecho que te lleva, aún sin quererlo al llanto y a las lágrima; miras a tu alrededor y ves a más de uno con los ojos empañados por el llanto.
La dirección del Parador Nacional nos ofrece un café y pastas, que se agradece mucho en esos momentos.

La prisa por entrar en el recinto nos acucia y  acaricia en grado sumo; la Ciudadela inca ejerce un atractivo bienestar interior, aparte de ese sentirse a gusto fisicamente.

Quizá llegas pensando que vas a ver muchas más ruinas; pero no; a las construcciones sólo les faltan las puertas, las ventanas (si alguna vez las tuvieron) y los tejados;  las paredes de todas las casas y recintos reales y de corte están plenamente bien conservadas, a pesar del azote de lluvias, viento, rayos, terremotos, quinientos años de antigüedad y los miles de millones de besos y caricias de los/as sendos/as visitantes que, durante los últimos 100 años, se han acercado a  verla; nada ha podido causar daño en la perfección con que  fue mimosamente construida.

A estas alturas del relato que os estoy trasmitiendo, me gustaría ir más al grano, pero no quiero dejar de contar todo lo que yo he vivido ilustrado con todo el bagaje de detalles y datos que tienen alguna relación con el hilo conductor de la trama de recuerdos y vivencias de mi mente,  mi memoria y mi corazón.

Hay lugares en el mundo que te invitan a la oración y a la elevación espiritual; creo que Machu Pichu  no sólo cumple este hermoso papel, sino que al encontrarte  envuelto en su clima, en su atmósfera, sus nubes, su luz y sus secretos, parece que hasta las piedras hablan, cantan, lloran y rezan.

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