viernes, 20 de abril de 2012

"MACHU PICHU Y EL CIELO", 10

Al siguiente día tocaba viajar. 

Tomamos muy de mañana el tren que nos llevaría al ombligo del viejo Imperio del Tahuantinsuyo, Cuzco y la Ciudadela Sagrada.
Antes había que cruzar y “disfrutar-sufrir” todas las horas que distan “de sol a sol”. 
Los Padres de Márinoll tuvieron la precaución y caridad de pertrecharme de ricos Sanwis y bebidas suficientes para la travesía.

Al no tener alas para sobrevolar   el duro lomo de los Andes, como lo hace el mítico cóndor, el viaje ideal es recorrer la cordillera a lomo de acémila o caballo (como otrora lo hicieran nuestros antepasados los Conquistadores de este Continente).

Ya, sin bromas, nos despedimos del impresionante , encantado y encantador Lago Titicaca.

Pasaron largas horas, y, si te asomabas al exterior, podías ver los rebaños de llamas y vicuñas casi constantemente. 
El paisaje  varía en cada variante de ladera, y tan montañoso  y tortuoso como es esta geografía, entre terrestre y lunar que adorna el Altiplano del Perú. Es un espectáculo turístico sin tregua. 
Vivirlo como yo lo he vivido, es algo tan memorable, que ni la distancia ni el tiempo han logrado dejarme olvidar tantas sensaciones de belleza  y cordiales palpitaciones.

En 1962 yo carecía de cámaras de fotos y vídeos. Todo lo que conservo está sólo almacenado en mi memoria. Que Dios me la conserve, por vosotros.

No puedo disimular mis fuertes emociones al revivir y disfrutar todo aquello. Con frecuencia me cuesta llorar de alegría. El pudor humano, a veces nos traiciona: no me deja expandirme más en ciertos momentos que me apetecería, por temor a que no sea del interés  de aquellos que lo van a leer algún día.

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