con los brazos abiertos,
y los ojos cerrados
ante vivos y muertos;
eran brujos y popes,
budas, brahmanes,
sacerdotes, pastores,
sabios e imanes,
ciegos y tuertos;
con sus túnicas largas,
sus cabezas sin pelo,
con los pies descalzos,
y el estómago lleno;
con los nervios de punta,
y el corazón duro
de tantos “ayunos”;
y todos pidiendo
joyas, dineros;
ofrendas y salmos;
rutinarios y tibios,
como sus propias vidas.
Temí por la tierra,
sus llagas y heridas,
sus ríos de sangre,
por su Cielo rojo
lloviendo centellas,,
sapos, ranas, langostas
terror, ira y miedo.
Y yo estaba en medio,
suplicando justicia,
amor y respeto,
oraciones limpias,
sinceras y puras.
Dándole gracias
al que todo lo dio
todo bueno y gratuito;
con amor paterno,
compartiendo todo,
sin pedir nada a cambio.
Solamente la Fe,
con total libertad,
a pesar de las dudas.
La Esperanza segura,
que calma las ansias,
insaciablemente,
de felicidad.
Reclamación del alma
en el Amor soñado
completo y eterno.
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