martes, 24 de abril de 2012

FRAGMENTO DE "TODA UNA VIDA", 8

Como uno de tantos misioneros de Cristo, lo viví en mi propia carne y en mi espíritu.

Nadie que no lo haya vivido puede imaginar lo que pasa por la cabeza y la conciencia de un jóven misionero, cuando en su mente se mezclan la ilusión divina de marchar a un país, desconocido y lejano, con todo lo que ha vivido y deja tras de si. 

Este era mi caso.
 
En el ánimo indómito del joven misionero, se despiertan sus instintos más profundos, y su memoria, sin respetar la valentía y el coraje de un león enfurecido ante su más preciada presa, se estremece, se rinde; se hunde  y se  siente obligado a ver  con toda nitidez ese cúmulo de hechos, circunstancias, personas amadas, así como tantos momentos vividos en su niñez y juventud.

Si estaba ya metido en el avión que lme conducía al objetivo tantas veces deseado, el ir a las misiones;

¿ porqué ahora y así  me atormentaba, de forma tan cruel, la idea de que había procedido sin tener en cuenta otros valores humanos y cristianos, que se crecían por segundos, hasta sentirse como ahogándose en su propia saliva y en su  conciencia acusadora?
 
-      dejar con el alma rota a una madre, viuda y mayor, en la posibilidad de no volverla a ver;  
-      unos hermanos y familiares, que tanto se habían sacrificado por mi, sin recibir nada a cambio;
-      los amigos de infancia, de estudios, de apostolado, de juventud, de inquietudes, de trabajos e ideales;
-      la esperanza de un Obispo ilusionado cada vez que consagrabaun a una hornada de Sacerdotes, soñando con los huecos que va a cubrir en su necesitada Diócesis;       
-      las gentes que en todos los pueblos de la Diócesis también necesitan misioneros;
-      los agricultores y pastores de toda nuestra geografía están bastante olvidados por parte de la pastoral diocesana, por la escasez de vocaciones que atraviesa toda  la Iglesia, en general, y España, en particular;
-      y yo me marchaba como si nada de todo esto me “importara un comino”;

Llegé a pensar que me había equivocado; y estuvoea punto de volverme. agobiado por el peso de tantos remordimientos.

Fue un viaje demasiado cargado y extraño, por todo lo que había dejado atrás, que sin echarlo de menos, me seguía atormentando por otros motivos
y sentimientos.

¿Cómo ñe podía estar pasando esto ami, que, ya
desde hacía más de OCHO años, había estado madurandolo a todos los niveles personales?
 

Lloré por todo ello; y pedí a Dios por los sufrimientos que m9s decisiones habían causado a tanta gente.

Lloré de nuevo suplicando un poco de consuelo divino para todas esas personas, que, de alguna manera, en esas horas estarían llorando también por su culpa.

Lloré amargamente, en silencio; y me atreví a  solicitar al Cielo un poco de luz que alumbrara la intensa oscuridad que le invadía.

Entre tanto, el avión atravesaba veloz la inmensidad del Atlántico.

Se asomó a la ventanilla y contempló ese manto sutil de nubes, que tapizaba la gran masa de agua, que, de vez en cuando, se dejaba ver tan azul y rizada con los rebujos blancos de sus olas y sus adornos brillantes de los reflejos luminosos entrelazados como joyas en su pelo marino; parecía una novia engalanada.

Me tranquilicé un poco; estábamos aterrizando en la Isla y “Perla” del Caribe.
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