Nadie que no lo haya vivido puede imaginar lo que pasa por la cabeza y la conciencia de un jóven misionero, cuando en su mente se mezclan la ilusión divina de marchar a un país, desconocido y lejano, con todo lo que ha vivido y deja tras de si.
Este era mi caso.
En
el ánimo indómito del joven misionero, se despiertan sus instintos más profundos,
y su memoria, sin respetar la valentía y el coraje de un león enfurecido ante
su más preciada presa, se estremece, se rinde; se hunde y se siente obligado a ver
con toda nitidez ese cúmulo de hechos, circunstancias, personas amadas, así
como tantos momentos vividos en su niñez y juventud.
Si
estaba ya metido en el avión que lme conducía al objetivo tantas veces deseado,
el ir a las misiones;
¿
porqué ahora y así me atormentaba,
de forma tan cruel, la idea de que había procedido sin tener en cuenta otros valores
humanos y cristianos, que se crecían por segundos, hasta sentirse como
ahogándose en su propia saliva y en su
conciencia acusadora?
-
dejar con el alma rota a
una madre, viuda y mayor, en la posibilidad de no volverla a ver;
-
unos hermanos y familiares,
que tanto se habían sacrificado por mi, sin recibir nada a cambio;
-
los amigos de infancia,
de estudios, de apostolado, de juventud, de inquietudes, de trabajos e ideales;
-
la esperanza de un
Obispo ilusionado cada vez que consagrabaun a una hornada de Sacerdotes, soñando con
los huecos que va a cubrir en su necesitada Diócesis;
-
las gentes que en todos
los pueblos de la Diócesis también necesitan misioneros;
-
los agricultores y
pastores de toda nuestra geografía están bastante olvidados por parte de la
pastoral diocesana, por la escasez de vocaciones que atraviesa toda la Iglesia, en general, y España, en
particular;
-
y yo me marchaba como si
nada de todo esto me “importara un comino”;
Llegé
a pensar que me había equivocado; y estuvoea punto de volverme. agobiado por el
peso de tantos remordimientos.
Fue
un viaje demasiado cargado y extraño, por todo lo que había dejado atrás, que sin echarlo de menos, me seguía atormentando por otros motivos
y sentimientos.
¿Cómo ñe podía estar pasando esto ami, que, ya
desde
hacía más de OCHO años, había estado madurandolo a todos los niveles personales?
Lloré
por todo ello; y pedí a Dios por los sufrimientos que m9s decisiones habían
causado a tanta gente.
Lloré
de nuevo suplicando un poco de consuelo divino para todas esas personas, que,
de alguna manera, en esas horas estarían llorando también por su culpa.
Lloré
amargamente, en silencio; y me atreví a
solicitar al Cielo un poco de luz que alumbrara la intensa oscuridad que
le invadía.
Entre
tanto, el avión atravesaba veloz la inmensidad del Atlántico.
Se
asomó a la ventanilla y contempló ese manto sutil de nubes, que tapizaba la
gran masa de agua, que, de vez en cuando, se dejaba ver tan azul y rizada con
los rebujos blancos de sus olas y sus adornos brillantes de los reflejos
luminosos entrelazados como joyas en su pelo marino; parecía una novia
engalanada.
Me
tranquilicé un poco; estábamos aterrizando en la Isla y “Perla” del Caribe.
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