domingo, 15 de abril de 2012

"EL AMULETO DE ORO"

Testimonio sencillo.

Estaba una mañana en el despacho parroquial de
Lurín, como de costumbre; por la ventana pude
ver acercarse a un cholito, tocó la puerta y yo le
abrí y pregunté que deseaba; él, desenvolviendo
unos periódicos y trapos, me mostró con mucho
recelo y mirando nervioso hacia la puerta de
entrada y la ventana.

Le pregunté por que estaba tan preocupadoy él
me respondió: “mire, padrecito, este ídolo que
tengo lo he tomado esta noche pasada en las runas
de Pachacámac; es de oro y, mire cómo pesa; yo
se lo vendo barato, y tengo cinco hijos para
alimentar; como éste hay más y le puedo traer los
que quiera”.

La figura en cuestión podría muy bien pesar más de
8 a 10 kilos de oro puro.

Mi primera reacción fue de estupor y miedo de la
presencia en el despacho de la parroquia a un simple
profanador de tumbas y un ladrón de museos, que
me podría meter en un tráfico de joyas y bienes del
patrimonio nacional.

Le pregunté el precio y el hombre me indicó que eso
valía millones, pero él solo quería poco dinero, pero
lo más rápido posible: solo 100 soles (¡1`20 E!); le
manifesté que yo no disponía de dinero y que fuera a
hacer negocios a otro lado.

El hombre me tomó por tonto al no aprovechar tal
oportunidad de riqueza de una forma tan sencilla y
fácil.

Yo rechacé dicha tentación por razones muy simples
que a mi me sirvieron como las más válidas:

1)    yo no había ido al Perú para hacerme rico,
sino todo lo contrario, a dar parte o toda mi
vida por las almas de los peruanos y el amor
limpio a mi vocación de ser pobre como Jesucristo;

2)   podría haber alguien detrás de esta oferta,
para probar a donde llega la fortaleza de una    
persona a la hora de ser tentado por la codicia;

3)   me podría ver envuelto en un delito de
usurpación de un bien público;

4)  mi honradez y desprendimiento de los bienes
de este mundo estaba por encima de todos los
valores materiales que se me podían ofrecer.

Lo tuve todo tan claro que jamás me arrepentí de
haber procedido así-

Acostumbrado a comer, vestir y viajar con el sudor
de mi trabajo, la colaboración compensatoria de los
servicios prestados y regalos generosos de la gente
querida, no tenía sentido actuar de forma distinta
a la que tuve en esta ocasión.

Se dice que:

                   “todos tenemos un precio”; 

mi precio debe ser 0`000......; pues tras tantos años,
tantas  cosasocurridas en mi vida  y tantas personas 
como  he tratado y me han tratado no se ha dado el 
caso de que yo deba comprar a nadie y jamás me he 
dejado vender a nadie.

El dicho puede ser cierto, pero no vale para todos.

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