sábado, 28 de abril de 2012

"COMPARTIMOS VIDA Y MUERTE", I

1.- Lo que viví de niño

Tenía yo tres años cuando tuvo lugar la muerte de mi abuela
paterna,  Francisca Tortosa  Pérez; murió en una cortijo de la
Rambla de Olúla, jurisdicción de Oria, en la provincia de
Almería. El cortijo se llamaba “La Ramblica”, y había nacido
y vivido siempre en el, ya que pertenecía a los antepasados
desde el tiempo de los Reyes Católicos tras el fin de la total
Reconquista de España, que al culminar la toma de Grana en
1482,  el Marqués de los Vélez pagó con tierras los servicios
prestados a la Corona por los soldados reconquistadores, de los
que uno de ellos fue nuestro antepasado venido desde Tarragona,
Tomás Juan de Tortosa.

Mi corta edad solo me dejó un recuerdo vago de su físico; estaba
comiendo “migas moras” de flor de harina en plato y cucharas
redondas de hierro en compañía de mis hermanos; quedó impreso
en mi retino y memoria las lágrimas de mis padres y la imagen de
mi abuela de setenta y cinco años ya muerta en la cama.

Un año más tarde moría también mi abuelo Tomás Tortosa
Masegosa, a la edad de setenta y siete años; a el sí lo recuerdo
vivo, ya que se vino a vivir en casa, ya que ninguna de sus tres
hijas le atendieron, siendo mi madre su nuera la que le prestó la
atención que precisó en su ancianidad; le recuerdo muy triste y
con la tendencia senil de querer volver a su “Ramblica”, mientras
gritaba llorando:

“quiero ver a mi “mujuer” (como decían los hombres de entonces
en aquellas tierras y tiempos).

Mi madre le tenía que consolar, mientras le traía  a casa desde el
tramo de camino que había andado buscando a esposa, sin admitir
que había fallecido meses antes.

Pronto murió también el en nuestra casa; yo le ví amortajado sobre
una manta extendida en el suelo; (después he sabido que la rígida
posición recta del difunto en el suelo estaba relacionada  aquello
del “rigor mortis”).

He querido ser fiel a la corta y lejana experiencia de la muerte de
seres humanos.

La noticia de que había muerto alguna persona cercana, siempre la
relacionaba con esto hecho de primera infancia.

Ya en el Seminario menor, tuve una cercanía mayor en la muerte
de Don Justo, el anciano Rector, cuyo velatorio correspondió a
 los seminaristas que, por turno, fuimos Pasando durante
veinticuatro horas rezando el santo rosario junto a su cadáver.

 Tenía yo 16 años y estudiaba Segundo curso de Bachillerato..
......

1 comentario:

  1. Muchas gracias a los/as amigos/as lectores/as, que
    me han sugerido un cambio de titulo para la serie de publicaciones "TODOS ANTE LA MUERTE", por otro título: "COMPARTIMOS VIDA Y MUERTE"; este será desde hoy el título de la serie.
    Ya se que es un tema "tabú"; pero es algo tan natural como NACER y VIVIR; y si es tan importante aprender a VIVIR, creo que merece la pena el intento de aprender algo que hoy, mañana o en el siglo próximo tendremos que afrontar.
    Un abrazo para todos vosotros/as. Gracias.

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