1.- Lo que viví de niño
Tenía yo tres años cuando tuvo lugar la muerte de mi abuela
paterna, Francisca Tortosa Pérez; murió en una cortijo de la Tenía yo tres años cuando tuvo lugar la muerte de mi abuela
Rambla de Olúla, jurisdicción
de Oria, en la provincia de
Almería. El cortijo se llamaba
“La Ramblica”, y había nacido
y vivido siempre en el, ya que
pertenecía a los antepasados
desde el tiempo de los Reyes
Católicos tras el fin de la total
Reconquista de España, que al
culminar la toma de Grana en
1482, el Marqués de los Vélez
pagó con tierras los servicios
prestados a la Corona por los
soldados reconquistadores, de los
que uno de ellos fue nuestro
antepasado venido desde Tarragona,
Tomás Juan de Tortosa.
Mi corta edad solo me dejó un
recuerdo vago de su físico; estaba
comiendo “migas moras” de flor
de harina en plato y cucharas
redondas de hierro en compañía
de mis hermanos; quedó impreso
en mi retino y memoria las
lágrimas de mis padres y la imagen de
mi abuela de setenta y cinco
años ya muerta en la cama.
Un año más tarde moría también
mi abuelo Tomás Tortosa
Masegosa, a la edad de setenta
y siete años; a el sí lo recuerdo
vivo, ya que se vino a vivir
en casa, ya que ninguna de sus tres
hijas le atendieron, siendo mi
madre su nuera la que le prestó la
atención que precisó en su
ancianidad; le recuerdo muy triste y
con la tendencia senil de
querer volver a su “Ramblica”, mientras
gritaba llorando:
“quiero ver a mi “mujuer”
(como decían los hombres de entonces
en aquellas tierras y
tiempos).
Mi madre le tenía que
consolar, mientras le traía a casa
desde el
tramo de camino que había
andado buscando a esposa, sin admitir
que había fallecido meses
antes.
Pronto murió también el en
nuestra casa; yo le ví amortajado sobre
una manta extendida en el
suelo; (después he sabido que la rígida
posición recta del difunto en
el suelo estaba relacionada
aquello
del “rigor mortis”).
He querido ser fiel a la corta
y lejana experiencia de la muerte de
seres humanos.
La noticia de que había muerto
alguna persona cercana, siempre la
relacionaba con esto hecho de
primera infancia.
Ya en el Seminario menor, tuve
una cercanía mayor en la muerte
de Don Justo, el anciano
Rector, cuyo velatorio correspondió a
los seminaristas que, por turno, fuimos Pasando durante
veinticuatro horas rezando el
santo rosario junto a su cadáver.
Tenía yo 16 años y estudiaba
Segundo curso de Bachillerato..
......
Muchas gracias a los/as amigos/as lectores/as, que
ResponderEliminarme han sugerido un cambio de titulo para la serie de publicaciones "TODOS ANTE LA MUERTE", por otro título: "COMPARTIMOS VIDA Y MUERTE"; este será desde hoy el título de la serie.
Ya se que es un tema "tabú"; pero es algo tan natural como NACER y VIVIR; y si es tan importante aprender a VIVIR, creo que merece la pena el intento de aprender algo que hoy, mañana o en el siglo próximo tendremos que afrontar.
Un abrazo para todos vosotros/as. Gracias.