La parada en Venezuela y aeropuerto de Caracas,
me permitió conocer por unas horas la pujanza de
un
país riquísimo, democrático
y de un ancestral
amor a la Madre España.
Durante los años de formación
universitaria de
Filosofía y Teología en la ciudad de Granada, un
joven seminarista caraqueño, residente en nuestro
Seminario,
no parecía carecer de nada, mientras
nosotros, anfitriones,
“las pasábamos canutas”,
como suele decirse.
Como en tantos otros países del mundo, el
pastel de
los bienes nacionales están repartidos de forma que
el setenta y cinco por ciento está en manos del
veinticinco por
ciento de sus habitantes, mientras el
setenta y cinco por ciento de
la población tiene que
conformarse con el veinticinco por ciento
de los
bienes; por lo tanto, una minoría nada en la
abundancia y
la mayoría está pasando hambre.
Percibí que el país entero olía a
petróleo e inmensas
riquezas agrícolas, mientras sus masas
populares
emitían olores de pobreza; y pensaba en mis adentros:
¡ CUANTA ESPERANZA
DORMIDA !
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