ASÍ OC
URRIÓ, 07.- AQC. , 0967. jueves,9-III-2017
El
hombre, gracias al que pude salir de mi oficio de pastor, como tantos niños de
mi edad y circunstancias, 5 kilómetros de la escuela más cercana, sin que a
nadie, por parte de la administración y de los padres de familia, le importara
el futuro; los efectos de la guerra civil, entre los años 1936-39, se dejaron
caer, principalmente, en mi generación.
Hago
una excepción, cuando recuerdo que mi padre pagaba una “iguala”, con dinero.
cereales o comida, a cambio de las instrucciones y enseñanza de las cuatro
reglas, suma. resta, multiplicación, división, leer y escribir, aunque fuera
con faltas de ortografía, a mis hermanos mayores; el objetivo era que pudieran
leer y escribir las cartas durante los meses de milicia obligatoria; no era
mucho, pero, al asistir como oyente, me produjeron unas tremendas ganas de
estudiar, sin saber ni cómo, ni cuando.
Don
Juan sabía todas estas cosas; el día 5 de agosto de todos los años, él visitaba
aquella cortijada, con ocasión de la onomástica de una hermana, y ésta tenía un
hijo único que, en tal día, me invitaba a pasar en su casa todo el día, para
jugar y evitar, así, la soledad entre las personas mayores; si yo nunca había
recibido juguetes diferentes a los yo mismo fabricaba, gozaba entre los
sofisticados regalos de mi amigo; no era por falta de dinero, sino por falta de
costumbre.
Juan
y su esposa, Amparo, llegaron a las nueve de la mañana; desayunaban en la misma
sala de nuestros juegos; pasaron unos cuarenta minutos; el tío de mi amigo
Ángel pidió nuestras atención:
“Pedro,
¿no te gustaría estudiar y sacar una carrera universitaria?”
Quedé petrificado, incapaz de pronunciar ni
una sola palabra; era la primera vez que oía una oferta semejante, y sentí la
necesidad de salir corriendo y sofocar aquel fuego que me quemaba por dentro la
cabeza; en el momento en que me levanté, entró en la estancia Nieves, la madre
de mi amigo de infancia:
“Lo
que Pedro quiere es llegar a ser Sacerdote, y creo tiene una verdadera
vocación.”
Se
produjo un silencio, para mi eterno, de varios minutos; nadie respiraba.
“¡Bueno!
– dijo Don Juan -, si es así, me comprometo a pagar todo lo necesario para que
consiga lo que tanto desea; juro ante vosotros que así lo haré.”
Di
las gracias, llorando, y corrí a buscar a mis padres, para comunicarles lo que
terminaba de escuchar.
Mamá,
rompió a llorar y dijo, entre lágrimas:
“Ya
hemos perdido un hijo; son muchos los curas que han muerto, en la guerra, por
ser Sacerdotes; ¡esto hay que evitarlo, cómo sea!”
Mi
padre, más calmado y seguro:
“No
es tan fácil estudiar un carrera, ni prohibir intentarlo a quien puede
lograrlo, habrá que ver a este señor y considerar las condiciones y medios con
que se cuenta.”
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