A
QUIEN CORRESPONDA, 0973,
viernes, 17-III-2017
ASÍ
OCURRIÓ, 13.
A
los pocos días, el menor de los hijos constructores me manifestó su disculpa,
por las palabras tan duras de su padre, por lo que le hice ver que no le
guardaba rencor alguno y
que
estaba acostumbrado a no negar el perdón y a pedirlo siempre que fuere
necesario.
Volví
a la oficina de compraventa de pisos, confiando en una reconciliación de
amistad;
pero
no imaginaba la tormenta que me esperaba tras la buena voluntad de mi acreedor:
“Ya
sabía yo que de los curas no puede uno fiarse; encima del dinero que me debe,
me deja usted por los suelos, poniendo de su parte, y en contra mía, al Notario; usted sabe protegerse tras esa tirilla de plástico
blanco, sin importarle, para nada, el honor de los que no piensan como usted.”
“No
comprendo que un agnóstico, respetuoso con todas las formas de pensar, dijera
palabras tan hirientes contra una colectividad religiosa; y respecto a esta
“tirilla tirilla de plástico”, sepa que nunca me sirvió de burladero de nada;
antes que Sacerdote. soy hombre y, si me la quito, sigo siendo igualmente hombre y Sacerdote, le
guste o no.”
Tanto
el padre como los hijos, interpretaron mis palabras como un desafío personal y un reto de
hombría, que me empujó a terminar mi explicación:
“Lo
siento por ustedes; no saben apreciar el valor de nada, pero le ponen precio a
todo, porque sólo moran a través del dinero; tienen una moneda en cada ojo;
desde el día 1 de abril, pueden hacerse cargo del funcionamiento del Colegio,
si así lo desean y, además, si se lo permiten los padres y madres de nuestr@s
alumm@;” no les guardo rencor alguno y les perdono, de corazón, todo rl daño
que, inocentemente, han hecho a tanta gente, más pobres que ustedes, pero mucho
más honrados que todos nosotros.”
Jamás
me había sentido más tranquilo, al decir lo que realmente pensaba sobre la vana
dimensión y el valor de las riquezas materiales de este mundo.
Experimenta
una extraña sensación psicológica, entre la cobardía, la claudicación, el miedo
y la traición, por un lado, y el heroísmo, el éxito y la fidelidad al deber
cumplido;
por
mi mente, transcurrió una película de aciertos y desaguisados de conciencia, en
quw pude repasar, de forma clarividente las fases existenciales de mi vida; esa
noche, apenas pude conciliar mis pensamiento con el sueño.
A la
mañana siguiente, mientras atendía las
cuitas de los fieles, en San Pedro, pude
oír, a través de la rejilla del confesionario, la voz de una mujer mayor que,
entre el dolor y la firme alegría de una persona muy segura de sí misma,
pronunció estas enigmáticas y sorprendentes palabras:
“Padre,
desde que llegó usted a nuestra parroquia, supe que venía de ejercer como
misionero, y que no ha cobrado ni cobra dinero alguno por ser Sacerdote; le
ruego que me acepte una pequeña
colaboración, para que continúe siendo así toda su vida: me siento muy enferma y
creo que usted rogará en sus oraciones por mi salvación eterna; le dejo este
sobre y no se lo diga a nadie, mientras yo esté viva; gracias por todo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario