viernes, 17 de marzo de 2017


A QUIEN CORRESPONDA, 0973,
 viernes, 17-III-2017

ASÍ OCURRIÓ, 13.

A los pocos días, el menor de los hijos constructores me manifestó su disculpa, por las palabras tan duras de su padre, por lo que le hice ver que no le guardaba rencor alguno y
que estaba acostumbrado a no negar el perdón y a pedirlo siempre que fuere necesario.

Volví a la oficina de compraventa de pisos, confiando en una reconciliación de amistad;
pero no imaginaba la tormenta que me esperaba tras la buena voluntad de mi acreedor:

“Ya sabía yo que de los curas no puede uno fiarse; encima del dinero que me debe, me deja usted por los suelos, poniendo de su parte, y en contra mía,  al Notario; usted  sabe protegerse tras esa tirilla de plástico blanco, sin importarle, para nada, el honor de los que no piensan como usted.”

“No comprendo que un agnóstico, respetuoso con todas las formas de pensar, dijera palabras tan hirientes contra una colectividad religiosa; y respecto a esta “tirilla tirilla de plástico”, sepa que nunca me sirvió de burladero de nada; antes que Sacerdote. soy hombre y, si me la quito, sigo  siendo igualmente hombre y Sacerdote, le guste o no.”

Tanto el padre como los hijos, interpretaron mis palabras  como un desafío personal y un reto de hombría, que me empujó a terminar mi explicación:

“Lo siento por ustedes; no saben apreciar el valor de nada, pero le ponen precio a todo, porque sólo moran a través del dinero; tienen una moneda en cada ojo; desde el día 1 de abril, pueden hacerse cargo del funcionamiento del Colegio, si así lo desean y, además, si se lo permiten los padres y madres de nuestr@s alumm@;” no les guardo rencor alguno y les perdono, de corazón, todo rl daño que, inocentemente, han hecho a tanta gente, más pobres que ustedes, pero mucho más honrados que todos nosotros.”
  
Jamás me había sentido más tranquilo, al decir lo que realmente pensaba sobre la vana dimensión y el valor de las riquezas materiales de este mundo.

Experimenta una extraña sensación psicológica, entre la cobardía, la claudicación, el miedo y la traición, por un lado, y el heroísmo, el éxito y la fidelidad al deber cumplido;
por mi mente, transcurrió una película de aciertos y desaguisados de conciencia, en quw pude repasar, de forma clarividente las fases existenciales de mi vida; esa noche, apenas pude conciliar mis pensamiento con el sueño.

A la mañana  siguiente, mientras atendía las cuitas  de los fieles, en San Pedro, pude oír, a través de la rejilla del confesionario, la voz de una mujer mayor que, entre el dolor y la firme alegría de una persona muy segura de sí misma, pronunció estas enigmáticas y sorprendentes palabras:

“Padre, desde que llegó usted a nuestra parroquia, supe que venía de ejercer como misionero, y que no ha cobrado ni cobra dinero alguno por ser Sacerdote; le ruego que  me acepte una pequeña colaboración, para que continúe siendo así toda su vida: me siento muy enferma y creo que usted rogará en sus oraciones por mi salvación eterna; le dejo este sobre y no se lo diga a nadie, mientras yo esté viva; gracias por todo.”


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