AQC. 0964. ASÍ OCURRIÓ, 04
Superada la prueba, a la
que nos vimos sometidos, por fallecimiento prematuros inesperado de
“NAT”, apenas abierto nuestro camino educativo, continuamos la tarea diaria de
darnos a los niños con lo mejor de nuestras vidas; Pilar Urrea y Antonio Gómez,
ambos solteros, eran los educadores responsables del cuidado y la enseñanza,
durante todas las horas de las mañanas, ya que yo me marchaba a celebrar la
Eucaristía a las 7 horas, a.m. en la Parroquia de San Ginés y asistir a
las clases en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas,
entonces ubicada en la Ciudad Universitaria de Madrid, y que hora funciona en el
Campus universitario de Tres Cantos- Universidad Autónoma de Madrid.
Una paliza diaria de
autobús y metro, para volver a casa de mi familia, comer, y estar en el Colegio
a las tres de la tarde; por aquellas fechas surgió la necesidad de crear una
Academia de Adultos, en la que se impartían clases de Cultura General y
Mecanografía, que funcionaban de 8 a 10 de la noche; lo que obligaba a poner a disposición
de los trabajadores, todos los medios y esfuerzos posibles.
Algunas fábricas de la
nueva Zona Industrial de Alcobendas, ansiosos una mejor Preparación y sana Cultura
de sus trabajadores, nos pidieron que fuéramos a dar clases a sus operarios en
los propios lugares de trabajo; fue un despertar generalizado, al que no era
posible negarse, sino entregarse, por entero, a un sector que, hasta ese momento,
no se hizo tan patente; sin duda era la hora en que la Zona Norte de la Capital
de España iniciaba su marcha emergente hacia un nuevo y elevado futuro de
progreso y bienestar, económico, social, cultural, moral y religioso, como hoy,
se puede constatar, haciendo un seguimiento histórico de la época propuesta,
del año 1967 al 2017.
A primeros de diciembre de
1967, sin previo aviso, se presentó en el Colegio, el Inspector de Educación,
Don Justo Pintado Robles; una vista, rutinaria para él, y preocupante para mí;
supuse, con razón, que me exigiría toda la documentación, correspondientes.
No fue así; sus primeras
palabras, tras los saludos y demás presentaciones de rigor, por ambas partes,
fueron estas:
“Ante todo le agradezco, en
nombre del Ministerio y mío propio, el hecho de que un Sacerdote misionero haya
venido de tan lejos a crear in Centro de Educación, en esta zona, tan
necesitada de nuevas instalaciones; vengo a ofrecerme y prestar las ayudas que
necesite; ya me han informado qur se han iniciado las obras de un Colegio,
que será el primero en España, que servirá como modelo para otros que, en el
futuro se construyan; le deseo toda la suerte necesaria para el éxito.”
Quedé anonadado, sin
acertar a responder palabra alguna; más tarde sabría lo que Don Justo era, como
Inspector de Educación, para el futuro de nuestro país, a lo largo de los cinco
años que tuvimos la suerte de su presencia entre nosotros.
Esta era su idea más clara sobre
la función de un Inspector de Educación; son sus palabras:
“La
misión de un buen Inspector, no es castigar y sancionar a los educadores, si no la de apoyarles y ayudarles en sus problemas y
dificultades.”
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