lunes, 6 de marzo de 2017





AQC. 0964. ASÍ OCURRIÓ, 04

Superada la prueba, a la que nos vimos sometidos, por fallecimiento  prematuros inesperado de “NAT”, apenas abierto nuestro camino educativo, continuamos la tarea diaria de darnos a los niños con lo mejor de nuestras vidas; Pilar Urrea y Antonio Gómez, ambos solteros, eran los educadores responsables del cuidado y la enseñanza, durante todas las horas de las mañanas, ya que yo me marchaba a celebrar la Eucaristía a las 7 horas,  a.m. en la Parroquia de San Ginés y asistir a las clases en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas, entonces ubicada en la Ciudad Universitaria de Madrid, y que hora funciona en el Campus universitario de Tres Cantos- Universidad Autónoma de Madrid.

Una paliza diaria de autobús y metro, para volver a casa de mi familia, comer, y estar en el Colegio a las tres de la tarde; por aquellas fechas surgió la necesidad de crear una Academia de Adultos, en la que se impartían clases de Cultura  General y Mecanografía, que funcionaban de 8 a 10 de la noche; lo que obligaba a poner a disposición de los trabajadores, todos los medios y esfuerzos posibles.

Algunas fábricas de la nueva Zona Industrial de Alcobendas, ansiosos una mejor Preparación y sana Cultura de sus trabajadores, nos pidieron que fuéramos a dar clases a sus operarios en los propios lugares de trabajo; fue un despertar generalizado, al que no era posible negarse, sino entregarse, por entero, a un sector que, hasta ese momento, no se hizo tan patente; sin duda era la hora en que la Zona Norte de la Capital de España iniciaba su marcha emergente hacia un nuevo y elevado futuro de progreso y bienestar, económico, social, cultural, moral y religioso, como hoy, se puede constatar, haciendo un seguimiento histórico de la época propuesta, del año 1967 al 2017.

A primeros de diciembre de 1967, sin previo aviso, se presentó en el Colegio, el Inspector de Educación, Don Justo Pintado Robles; una vista, rutinaria para él, y preocupante para mí; supuse, con razón, que me exigiría toda la documentación, correspondientes.

No fue así; sus primeras palabras, tras los saludos y demás presentaciones de rigor, por ambas partes, fueron estas:

“Ante todo le agradezco, en nombre del Ministerio y mío propio, el hecho de que un Sacerdote misionero haya venido de tan lejos a crear in Centro de Educación, en esta zona, tan necesitada de nuevas instalaciones; vengo a ofrecerme y prestar las ayudas que necesite; ya me han  informado qur se han iniciado las obras de un Colegio, que será el primero en España, que servirá como modelo para otros que, en el futuro se construyan; le deseo toda la suerte necesaria para el éxito.”

Quedé anonadado, sin acertar a responder palabra alguna; más tarde sabría lo que Don Justo era, como Inspector de Educación, para el futuro de nuestro país, a lo largo de los cinco años que tuvimos la suerte de su presencia entre nosotros.

 Esta era su idea más clara sobre la función de un Inspector de Educación; son sus palabras:

“La misión de un buen Inspector, no es castigar y sancionar a los educadores, si no la de apoyarles y ayudarles en sus problemas y dificultades.”

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