AQC. 0980,
martes, 28--III-2017
ASÍ
OCURRIÓ, 20:
Al llegar la Navidad dedicamos esos días de
asueto a pasar en paz el tiempo libre, al calor de a familia; en aquellos años,
los hogares humildes españoles de la ciudades, apenas disponían de una pequeña
estufa; algunos tenían televisión.
Lo razonable era pasar una semana en los
lugares de origen, visitando a los amigos y familiares, al abrigo de las
lumbres de leña, asando recortes de matanza, cabezas, morcillas, chorizo, pan
de pueblo ricos tragos de vino artesano, mantecados y rosquillas de vino o
anís.
Hice un viaje de ida y vuelta, acompañando
a mi madre que deseaba pasar ka Navidad con sus hijos en el pueblo alicantino
de Ibi, entonces Capital Internacional del Juguete.
El día 24, en la mañana, estaba de nuevo en
Alcobendas, tras dos noches de ajetreo en el tren de madera, que hoy llenan de
romanticismo a los jóvenes y de nostalgia a los ancianos; el viaje duraba 12
horas, paraba en todas las estaciones, permitía comprar un bocadillo o comer unas tortas en Alcázar de San Juan.
Cené con mi hermana menor, sus dos niñas y
su marido; fueron unos días de felicidad y compañía fraternal; quise queesta
primera Navidad, fuera de pueblo natal y perdidos en este cinco debíamos
sentirnos como en la casa de toda la vida.
No hemos podido olvidar aún aquella Noche
Vieja, en que, al ver las doce en mi reloj misionero, marca CítiZEN; a falta de
uvas, tomamos 12 garbanzos tostados al tiempo qye sonaban las doce campanadas
producidas por los golpes de un centenario almirez.
Los primeros días de enero/1969 y últimos
de descanso navideño, me desprendí de la sotana. Vestí un mono de trabajo y
barrí, fregué y ordené clases, mesas y silla de las cinco aulas y oficina, con
que ya contaba el Centro; era divertido; nuestra entrega estaba compensada con
la llegada diaria de niñ@s, en proporción al crecimiento de la Villa- ciudad
nueva de Alcobendas.
Aunque la mayoría de las familias, recién
llegadas, mantenía una “economía de guerra” sin poder distraer dinero, si
quería cumplir sus pagos de comida y vivienda; se respiraba el aroma del
progreso al ritmo de los motores de las fábricas, las grúas y los camiones, abriendo
zanjas y trasportando materiales de construcción, mientras se oían las teclas
de las máquinas de escribir, las explicaciones de los distintos profesores y rl
jolgorio y las canciones de l@as niñ@s.
Pasaron rápidos los meses, Don Enroque me
entregó unos impreso de actas y nos autorizó a examinar a nuestr@s alunn@s,
calificarl@s, firmar las Acras y entregarla; él haría rl trámite oficial,
mientras yo solicitara y obtuviéramos la correspondiente autorización
ministerial.
Finalizado el curso, todos los educadores
permanecimos en erl Colegio impartiendo clases de recuperación y repaso a l@s
alumnos que lo necesitaban y asistieran al colegio de forma voluntaria para
examinarse otra vez al principio de
septiembre.
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