jueves, 16 de marzo de 2017


AQC. 0972  jueves, 16--III-2017
ASÍ  OCURRIÓ, 12:

Rogué a mi amigo constructor, un margen de tres meses, esperando que, al iniciar el nuevo, con mayor número de alumnos, podría ponerme al día con el alquiler.
Mi ruego financiero no fue de su grado; no me esperaba que, dada un situación en que ambos habíamos arriesgado el compromiso educativo, pronunciara estas palabras:

“Lo siento mucho, pero, ante su total falta de responsabilidad, tendré que tomar otras medidas; usted tiene unos problemas, yo también tengo los míos; espero que salde su deuda conmigo antes de fin de mes.”

Ante mi imposibilidad de cumplir mi pago, él sí cumplió su amenaza; el día 1 de marzo de 1968, recibí la llamada de un Notario que, con todo respeto y cortesía, me invitó al abandono del Centro Educativo, si no abonaba la reiterativa deuda.
Todos mis ideales pedagógicos se hundieron en el fango mortal del dinero, manejado y utilizado como flecha arrojadiza en las relaciones de unos humanos contra otros; ni la amistad, ni la sangre, no siquiera el miedo, han hecho desaparecer el egoísmo genético de nuestra naturaleza contaminada desde su primera aparición terrícola.

En vez de echarme a llorar, recordé que cada mañana, l@s niñ@s y nosotr@, a la entrada del Colegio, nos poníamos de narro hasta las rodillas, cuando caían cuatro gotas del agua de lluvia, porque la calle Antonio Méndez, después de varios años habitada, aún estaba sin asfaltar.

“Sígale al señor constructor, antes de obligarme a pagar lo que le debo, tiene que poner asfalto en la calle de acceso sl local donde funciona nuestro lugar de trabajo,”

El excelente Notario, se hizo presente comprobó la verdad y “enderezó el entuerto.”
Habían  llegaron a la Parroquia de San Pedro Apóstol, de la Villa de Alcobendas, los dos hermanos Sacerdotes que tomaron el relevo en la atención espiritual de los fieles; me pidieron que, en vez de viajar cada mañana a celebrar la Eucaristía en San Ginés de la calle Arenal, les ayudara. Como colaborador misionero en esta localidad; accedí con gusto, con la condición de que yo no cobraba dinero alguno por mis servicios religiosos como Sacerdote; vivía con los medios de mi trabajo humano, para no ser gravoso a los hijos de la Iglesia. Por aquella recomendación de “dar GRATIS lo que GRATIS habéis recibido”
Son las consecuencias de escoger el Evangelio como Código principal de vida; hubiera sido absurdo explicarles mi situación financiera, si ellos mismos me estaban pidiendo una ayuda, dada la necesidad que, en ese tiempo, afectaba a esta comunidad   

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