A.Q.C.
Nª oi963. ASÍ OCURIÓ, 01:
El
28 de mayo de 1967, mi hermana Catalina,
su esposo Amador, con su hija Isabel y nuestra madre y yo, nos desplazamos de
Madrid hasta la Villa de Alcobendas, donde deseaban adquirir un piso.
Nos dirigimos
a la calle Isabel Rosillo, Número 1, en que la empresa de Bruno Lebrusán
Sánchez e hijos construían los primeros
bloques de pisos para atender la demanda de la gran cantidad de familias que,
desde Andalucía, Extremadura, las dos Castillas y otras regiones de España,
dejaban sus pueblos y campos de origen, con la firme esperanza de encontrar una
vida mejor en torno a la gran ciudad, una atención sanitaria, educativa ,
social y divertida.
Mientras
mi familia, concretaban la compraventa del piso con los hijos de Don Bruno,
Mariano, Rafael y José Luis, su padre y yo conversábamos tranquilos sobre la
novedad de la repentina emigración interior, previendo una situación de cambio
en la sociedad de nuestro; lo que obligaba a un cambio de mentalidad, de relaciones
humanas y la rápida adaptación a nuevas formas de vida.
En
cierto momento, le hice partícipe de una inquietud, que yo había tenido, al
llegar y hacerme cargo de una misión apostólica en una zona deprimida del sur
de la ciudad de Lima, Departamento Estatal en el centro del Perú, en el que se
había concentrado gran cantidad de gentes de las montañas e interiores
selváticos del interior; esa realidad y su necesidad de educación humana, me
empujó a fundar un centro parroquial de enseñanza
como
paso prioritario; antes de dejar la misión, dejé funcionando en esa mi
jurisdicción eclesiástica cinco Institutos, nuestro centro parroquial y cuatro
centros públicos para la formación Secundaria; por este motivo, le pregunté,
sin más:
“¿Ha
pensado usted, señor Bruno, en la cantidad de niños que con sus padres a vivir
en estos pisos que ahora le están comprando?
¿No
ha pensado en dedicar un espacio para la construcción de un colegio para
ellos?”
Hubo
un largo silencio, durante el cual, pude comprobar como este buen hombre,
vertía unas lágrimas que, a él no le dejaban hablar y a mi me llenaron de
preocupación, ya que me sentía culpable de su llanto.
Pidiendo
disculpas, tanto él como yo, me explicó la razón de su silencio y lágrimas:
“Usted,
estimado misionero, me ha invitado a pensar en esos niños y niñas, sabiendo que
van a necesitar un colegio en este complejo habitacional; con ello, me ha
recordado a mi esposa, que me dijo, antes de morir, hace unos meses:
“Bruno,
querido, no olvides hacer un centro infantil para que los niños de estos pisos
no tengan que ir a un colegio lejano”.
“Usted
ha sido para mi como un ángel enviado por ella; si usted se compromete a fundar
y dirigir ese colegio, yo construiré el edificio y usted cumplirá sus sueños,
los de mi esposa y también los míos”.
…….
No hay comentarios:
Publicar un comentario