06.
AQC, 0966.. Miércoles, 8-III-2017:
ASÍ OCURRIÓ, 06:
A la
mañana siguiente, Don Juan y yo, salimos del Convento a las 8 horas de un frío
día de invierno, al pié de Sierra Nevada, en que el rocÍo se congela sobre el
cabello y las palabras suenan a medias.
Juan
era rico y abogado, cualquier hombre de su posición, tiene coche con chofer o
un taxi le recoge en la puerta de sus casa; él nunca había tenido coche, usaba
el trasporte de las líneas púbicas interurbanas y urbanas habituales; al
aproximarnos a la parada del tranvía,
una treintena de personas esperaba su turno; al llegar el viejo y ruidosO tren,
todas aquellas personas, ancianos. tullidos, descalzos y a medio vestir,
subieron sin dar al cobrador dinero alguno por su pasaje; al subir nosotros,
una voz multicolor se oyó, resonando en el destartalado tranvía:
“Gracias,
Don Juan, que Él le pague tanta caridad para conmigo, nosotros, todos:”
El
corto trayecto entre La Zubia y Granada, fue un lapso de una silenciosa y profunda
meditación sobre esa generosa bondad que las personas de aspecto
sencillo ejercen a cada instante, sin esperar algo a cambio.
Tras
una corta visita a la Virgen de las Angustias, Patrona de Granada, Juan me Iojo:
“¡Qué
menos puedo hacer; todos ellos son mendigos por las calles, esquinas, templos y
bancos, que se refugian cada noche en este barrio y vuelven cada mañana a
cumplir sus míseras tareas, con las que
prolongan su marginada vida; nadie les quiere ni ayuda; así sucede todos los días del año, y
así será, mientras yo viva y pueda
viajar con ellos.”
Mientras
caminábamos, él comenzó a prepararme para oír sus pecados, sin provocar mis
sentimientos de confesor; yo le oía con interés, consciente de la importancia
que todo lo que pasara en aquel momento de su vida y de la mía, iba a
significar mucho más que una conversación cualquiera.
El
comportamiento de todo Sacerdote, cuando alguien le solicita atención
espiritual, en la encrucijada de una enfermedad grave, adquiere dimensiones
siempre extraordinarias, ya que está en juego la trascendencia en el más
allá de a existencia temporal.
Sin
prisas ni agobio alguno, dediqué el tiempo y la atención necesaria, hasta
que, mi
bienhechor y amigo respiró feliz y tranquilo, espiritual y
psicológicamente.
El
sigilo que avala y garantiza la confesión y perdón de los delitos humanos,
impiden la manifestación de todo lo dicho y oído en este Sacramento de
reconciliación, hasta el punto de morir antes de declarar, incluso
judicialmente, cosa alguna relacionada, como la historia ha testimoniado; casos
concretos, la fidelidad absoluta de los Sacerdotes cristiano, que dieron su
vida antes de quebrantar su sagrado compromiso.
Es
lógico, como cualquiera puede comprender, que en este relato de “ASÍ OCURRIÖ”,
no
diga ni una sola palabra, de lo tratado en el ámbito penitencial aludido.
Espero
que mis lectores, a quienes supongo de distintas creencias de Fe e, incluso los
no creyentes, advierten mi cariño y respeto por todos, ya que a todos los
considero mis hermanos, cosa que he pensado, dicho y hecho desde que tengo
memoria.
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