miércoles, 15 de marzo de 2017


AQC, 0971,  miércoles, 15--III-2017
ASÍ  OCURRIÓ, 11:
Volvemos a Granada, donde mi bienhechor y yo, tuvimos ocasión de hablar de todo, lo pasado, presente y futuro que nos concernía a ambos y  cada uno de nosotros; habíamos puesto en orden nuestra conciencia e iniciado un repaso de todo lo humano y divino del quehacer cotidiano de la sociedad contemporánea.

En un momento dado, le conté el motivo de mi viaje, ignorando que su salud fuera tan deteriorada:

“Don Juan, - dije con plena confianza y esperanza de ser atendido -; creo que cambiará la situación económica, el próximo curso, en que doblaremos el número de alumnos; pero, de momento, quisiera saldar las CIENTO DOS MIL PESETAS  de esta deuda acumulada; espero que esta cantidad no supondrá esfuerzo alguno para usted; tenga en cuenta que podré devolverle, íntegramente, en la próxima Navidad:”

Comprobé la tristeza de aquel hombre, rico y generoso, que había repartido cientos de millones a tanta gente, había cambiado su semblante, hasta el punto caer de sus ojos una lágrima que, al final, yo mismo tuve que calmar el dolor que debía sentir ante la idea de tener que negarme el favor que le pedí.

“Pedro, te quiero como a un hijo; espero que comprendas lo que tengo que decirte; si te vienes a granada y fundas aquí un colegio, entre las gentes más humildes y pobres, no sólo te pagaré los costes de su construcción; subscribiré un fundación para el pago de su funcionamiento y su personal, sino que, como siempre quise hacer, te nombraré pleno heredero de mis bienes; a mis hermanas y sobrinos, ya les dejo un edificio, ya que todo lo demás quedará depositado y destinado a la atención de las personas más pobre de esta bella ciudad, en la que hemos decidido, Amparo y yo, sea la que guarde nuestros restos,  a perpetuidad; Andalucía es una de las regiones más castigada de España, y yo puedo ni debo, enviar dinero alguno fuera de nuestra tierra y sus gentes; ¡sé que me entiendes!”

Lo comprendí tanto, que volví a mi pobreza económica, confiando en la Providencia que, una vez, nunca me falló; no era la primera vez que se me había prometido dinero bajo la condición de cambiar el carisma personal con que había nacido y con el que vivo y con el que deseo y espero seguir viviendo hasta el final.
Han sido muchas personas las que han opinado, que debería haber aceptado la oferta del
rico y caritativo abogado, abandonando el colegio que entre penurias y lágrimas había fundado en la zona norte de Madrid que, en ese tiempo, carecía de  suficientes centro de educación y medios de abonar las cantidades de los colegios elitistas, existentes.

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