tras la tremenda tormenta
de aquella noche tan fría.
Se
ocultaron las estrellas
bajo la sombra sombría
de la Luna y de la Tierra.
Cuando el surco de mi cama
rebosaba congelado:
toda el agua de la lluvia
en mi cuerpo que temblaba;
era realidad rotunda
la piedra de mi almohada;.
Como manta la humedad,
lágrimas en mis dos ojos
y los truenos, que atronaban
la vaciedad de aquel valle
y el alma de las montañas.
Era aquel miedoso miedo,
era el silencio de un niño,
lejos del regazo dulce
de una madre amedrentada,
que recordaba a su hijo
sólo en la oscura cañada,
asentada entre dos cerros
de una majada sombría,
entre rocas encantadas.
Era un monte que se abría
para tragarse el rebaño
y a su pastor de once años,
lleno de sabiduría
que encontré, como una joya,
en tu aliento,
Vida mía.
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