lunes, 2 de abril de 2018



AQC. 1.152
ALTIPLANO ORIENTAL DE GRANADA, 08

La Navidad de 1950,  tuvo tres connotaciones nuevas:
Primera:
Alrededor de una gran fogata en el centro de la cortijada ardían seis “jorros” de leña de encina, tantos como labradores; dirigí a mis vecinos la idea de desplazarnos los cinco kilómetros que dista Venta Quenada, para asistir a la Misa del Gallo, acompañada con la música de la Cuadrilla de las Ánimas: sólo quedaron en casa algunas personas de edad avanzada o enfermas; al volver permanecimos hasta el amanecer, a base de higos, bellotas, almendras, roscas, mantecados y chorizos, longaniza, vinos, y anís… todo productos artesanos propios y comunes a todo nuestro Altiplano.
Segunda:
La última noche de 1950, obtuvo toda la magia de la comunidad de vecinos, a la que nadie faltó; cena y velada, amenizada por cuentos e historietas familiares, enriquecidas por la imaginación de nuestros mayores y la fantasía de niños y jóvenes de aquella realidad rural; a la tres de la madrugada, una vez apagados los flujos de la sidra y la ingesta  ceremoniosa de las doce uvas de la futura suerte para el año entrante de 1951, alguien sugirió el sorteo por parejas de  los “amigos invisibles” que, a la postre, terminamos siendo los “compañeros de oración”, con lo que nos comprometíamos a pedir unos para otros  por la salud y la buena suerte, durante los doce meses del nuevo año.
Tercera:
Finalizadas las fiestas navideñas, el día de Reyes Magos, cenamos con los recortes y sobras de los anteriores días; estaba sorprendido del cariño y aprecio que todos ellos me mostraban, hasta el punto de hacer una colecta y entregarme un donativo de doscientas pesetas, con lo que deseaban agradecer la camaradería y bienestar que había surgido de entre todos; entendí que no debía rechazar aquel hermoso gesto, que agradecí, al despedirme de cada uno de ellos; a la mañana siguiente, mi padre y yo salimos temprano de Malagón, para tomar el autobús de línea entre Murcia y Grabada, que tenía su parada el a Ventilla; al pasar por Venta Quenada, supimos de la muerte de un gran amigo de nuestra familia;  al dar el pésame a su viuda, ella comentó la situación en que se encontraba, sin marido, sin trabajo y con tres niños pequeños para alimentar y sacar adelante; medio a escondidas, coloqué en sus encallecidas manos, la hoja de papel en que guardaba las doscientas pesetas de mis generosos y cariñosos vecinos. No pude evitarlo, pero jamás las he echado de menos

No hay comentarios:

Publicar un comentario