AQC. 1.152
ALTIPLANO ORIENTAL DE GRANADA, 08
La Navidad de 1950, tuvo tres
connotaciones nuevas:
Primera:
Alrededor de una gran fogata en el centro de la cortijada
ardían seis “jorros” de leña de encina, tantos como labradores; dirigí a mis
vecinos la idea de desplazarnos los cinco kilómetros que dista Venta Quenada,
para asistir a la Misa del Gallo, acompañada con la música de la Cuadrilla de
las Ánimas: sólo quedaron en casa algunas personas de edad avanzada o enfermas;
al volver permanecimos hasta el amanecer, a base de higos, bellotas, almendras,
roscas, mantecados y chorizos, longaniza, vinos, y anís… todo productos
artesanos propios y comunes a todo nuestro Altiplano.
Segunda:
La última noche de 1950, obtuvo toda la magia de la
comunidad de vecinos, a la que nadie faltó; cena y velada, amenizada por
cuentos e historietas familiares, enriquecidas por la imaginación de nuestros
mayores y la fantasía de niños y jóvenes de aquella realidad rural; a la tres
de la madrugada, una vez apagados los flujos de la sidra y la ingesta ceremoniosa de las doce uvas de la futura
suerte para el año entrante de 1951, alguien sugirió el sorteo por parejas
de los “amigos invisibles” que, a la
postre, terminamos siendo los “compañeros de oración”, con lo que nos comprometíamos
a pedir unos para otros por la salud y
la buena suerte, durante los doce meses del nuevo año.
Tercera:
Finalizadas las fiestas navideñas, el día de Reyes Magos,
cenamos con los recortes y sobras de los anteriores días; estaba sorprendido
del cariño y aprecio que todos ellos me mostraban, hasta el punto de hacer una
colecta y entregarme un donativo de doscientas pesetas, con lo que deseaban
agradecer la camaradería y bienestar que había surgido de entre todos; entendí
que no debía rechazar aquel hermoso gesto, que agradecí, al despedirme de cada
uno de ellos; a la mañana siguiente, mi padre y yo salimos temprano de Malagón,
para tomar el autobús de línea entre Murcia y Grabada, que tenía su parada el a
Ventilla; al pasar por Venta Quenada, supimos de la muerte de un gran amigo de
nuestra familia; al dar el pésame a su
viuda, ella comentó la situación en que se encontraba, sin marido, sin trabajo
y con tres niños pequeños para alimentar y sacar adelante; medio a escondidas,
coloqué en sus encallecidas manos, la hoja de papel en que guardaba las
doscientas pesetas de mis generosos y cariñosos vecinos. No pude evitarlo, pero
jamás las he echado de menos
…
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