Reportaje
de un viaje:
Aunque
tanto Ángel como yo, cargados con el peso de los años y la flaqueza de nuestros
pies, bordeamos el Cerro, oliendo a “te de roca” y al mejor “tomillo medicinal”
del mundo.
Durante
todo el trayecto de subida, empezando por el inicio del barranco en su cruce
con el camino de Tarifa y
Vertientes hasta el pie del Cerro, el recorrido ziszeante por la ladera
oeste, pasando al sur entre
montones de piedras sueltas, base de las primitivas chabolas, entre cuyos cimientos se pueden hallar cuchillos,
puntas de lanza, amuletos y otros objetos de utilidad doméstica de piedra tallada muy rudimentaria.; todo lo cual
demuestra a cualquier conspicuo observador que su máxima primigenia antigüedad se remonta a un grupo humano
asentado en este solitario lugar antes que otras poblaciones de mayor
desarrollo posterior.
Nuestra
continua conversación consistió en una declaración de secretos que tienen su
sito y ubicación en este privilegiado Cerro.
Finalizamos
nuestro periplo en la cima, donde el día 10 de noviembre de 1.961, yo celebré
mi sexta Santa Misa como Sacerdote, rodeado de todos los amigos y vecinos de
los cortijos del entorno: La Bermeja, La Pilillas, La Parra, Santa Olalla,
Matián, Venta Quemada, Vertientes y Malagón ; una Comunidad Mariana, en que una
vitrina, portando una pequeña imagen de la Virgen de Fátima, recorría todos los
hogares durante veinticuatro horas, mientras hubo vecinos en dichas cortijadas;
hoy están del todo abandonadas, debido al cambio y modernización agrícola que
dejó a todos sin trabajo.
Entre
tantos otros corrió la misma suerte la aldea de Matián, donde hemos estado hoy.
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