Reportaje
de un viaje:
Al
caer la tarde algunos teníamos que marchar, para cumplir otros compromisos contraídos
previamente con familias y amigos.
Partimos
de Matián hasta cruzar la Bermeja y asomar a dar vista al cortijo de Malagón,
en el que yo había vivido veintitrés años de mi vida; Malagón fue para mi la
mejor “Guardería” y “Universidad”;
desde Malagón realicé mis estudios Iniciales, Básicos , Secundarios y
Supriores; salí camino de las Misiones para América de Sur y Norte y volví para
abrazarlo de nuevo; en este cortijo aprendí a jugar, a trabajar,
amar la naturaleza tocando sus árboles y plantas, viendo de cerca a los pájaros
y siguiendo paso a paso los viajes recolectores de las hormigas y de las
abajas; aprendí a distinguir las plantas comestibles de las que no lo son,
observando a las reses de mi rebaño.
De
nuevo estaba en Malagón, y tenía mi vista al niño con el que jugaba desde
nuestros cuatro años de edad.
Nos
esperaban en familia Ángel Martínez Jiménez, su esposa Maribel y algunos de sus
hijos y nietos;
Al
llegar me dirigí al pilar, bebí sus aguas manadas de las entrañas mismas del
cerro, por lo que tienen un marcado sabor a su matriz de cobre.
Y
de la fuente nos acercamos a fundirnos en un abrazo amistoso con el
incalculable valor de hermanos que vivimos en nuestra infancia y juventud.
Entré
a casa de sus padres y ahora suya; lloré de emoción al ver que casi nada había
cambiado de cuando yo entraba y salía como si hubiera sido uno más de la
familia; hicimos memoria de Ángel y Nieves, que fueron para mi “ángeles
custodios” a los que debo todo lo que soy, más allá de la vida y cariño de mis
padres biológicos; aunque ellos ya no viven entre nosotros, jamás los
olvidaremos, mientras esperamos el encuentro definitivo en el Amor eterno de
Él.
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