miércoles, 10 de julio de 2013

A . Q.C. DCCCXIII

Matián en la memoria, 14
Reportaje de un viaje:

Al caer la tarde algunos teníamos que marchar, para cumplir otros compromisos contraídos previamente con familias y amigos.
Partimos de Matián hasta cruzar la Bermeja y asomar a dar vista al cortijo de Malagón, en el que yo había vivido veintitrés años de mi vida; Malagón fue para mi la mejor  “Guardería” y “Universidad”; desde Malagón realicé mis estudios Iniciales, Básicos , Secundarios y Supriores; salí camino de las Misiones para América de Sur y Norte y volví para abrazarlo de nuevo; en este cortijo aprendí a jugar, a trabajar, amar la naturaleza tocando sus árboles y plantas, viendo de cerca a los pájaros y siguiendo paso a paso los viajes recolectores de las hormigas y de las abajas; aprendí a distinguir las plantas comestibles de las que no lo son, observando a las reses de mi rebaño.
De nuevo estaba en Malagón, y tenía mi vista al niño con el que jugaba desde nuestros cuatro años de edad.
Nos esperaban en familia Ángel Martínez Jiménez, su esposa Maribel y algunos de sus hijos y nietos;
Al llegar me dirigí al pilar, bebí sus aguas manadas de las entrañas mismas del cerro, por lo que tienen un marcado sabor a su matriz de cobre.
Y de la fuente nos acercamos a fundirnos en un abrazo amistoso con el incalculable valor de hermanos que vivimos en nuestra infancia y juventud.
Entré a casa de sus padres y ahora suya; lloré de emoción al ver que casi nada había cambiado de cuando yo entraba y salía como si hubiera sido uno más de la familia; hicimos memoria de Ángel y Nieves, que fueron para mi “ángeles custodios” a los que debo todo lo que soy, más allá de la vida y cariño de mis padres biológicos; aunque ellos ya no viven entre nosotros, jamás los olvidaremos, mientras esperamos el encuentro definitivo en el Amor eterno de Él.
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